Estefanía Molina-El Confidencial
Pedro Sánchez es máster político. Ese arte de proyectar ante la opinión pública un relato con el que driblar el caos multimedia y aplastar al resto de mensajes partidistas
El célebre politólogo Giovanni Sartori hace en su libro ‘Homo videns, la sociedad teledirigida’ (1998) una afilada crítica al imperio de la imagen en las sociedades modernas, donde lo visual (‘videns’) fulmina a la palabra, incluso cuando lo captado por el ojo no es verdad. Y lanza un aviso a ciudadanos de la era multimedia, con tanto ruido alrededor: «La navegación cibernética es solo una especie de videojuego. Y los cibernautas corren el riesgo de perder el sentido de la realidad, es decir, los límites entre lo verdadero y lo falso, entre lo existente y lo imaginario», explica Sartori.
Y si de ‘storytelling’ se trata, mitad hecho, mitad fábula, Pedro Sánchez es máster político. Ese arte de proyectar ante la opinión pública un relato con el que driblar el caos multimedia, y aplastar al resto de mensajes partidistas. Ahora bien, Moncloa se mueve fetén en las estrategias efectistas y de marketing de tableros que controla (ministros ‘celebrity’…); pero no pocas veces su gestión naufraga ante las realidades sobrevenidas.
El último caso, el del Open Arms.
Sánchez volvía a ser el estandarte de la socialdemocracia en Europa hace solo una semana. Polarizando frente a Salvini, adalid de la ultraderecha, el otro modelo, el de Vox, como en las elecciones del 28-A. «Siempre ese volantazo épico final…«, me deslizaba un colega de profesión. Pero justo en ese instante empezó el periplo de la vicepresidenta Carmen Calvo, un día más, a la greña con una ONG con vida propia y el país al borde del conflicto diplomático.
Y es que Sánchez ha hecho de su causa personal un estilo, medio política, medio comunicación, nacido de las entrañas épicas de destronar al aparato socialista, a bordo del Peugeot. Luego, la moción de censura —de la regeneración—; las elecciones generales —»avanzar vs. retroceder»—; hasta doblar el pulso a Iglesias —que solo cabe una izquierda de Estado y es la del PSOE—.
Pero, aunque el tacticismo se mueve bien en el laboratorio, eterno escenario de ingobernabilidad, hay casos en que la evidencia empírica tiende a desnudar el ‘frame’ gubernamental.
Tres días tardaron en perder el brillo los ministros-estrella (Huerta, Duque, Calviño…), con los escándalos de la sociedad instrumental y la dimisión por el máster de Carmen Montón. La celebrada exhumación de Franco del Valle cumple su primer aniversario del decreto ley de extrema urgencia, con los líos legalistas y la oposición de la familia —el dictador aún está en el mausoleo—. La recogida del buque Aquarius quedó ensombrecida el año pasado por una polémica devolución de migrantes que saltaron la valla. Y más tarde, la no-venta, venta de bombas a Arabia Saudí.
Pues no hace falta irse muy lejos para encontrar síntomas de que nuestra clase política apunta maneras: la listeriosis
La pregunta ahora es si ello responde solo a la idiosincrasia concreta del ‘homo Sánchez’. O bien, la era multimedia ha manufacturado a un nuevo ‘homo’ político, a caballo entre lo figurado y lo real. Así lo sostiene Sartori, al menos, en cuanto la ‘sociedad teledirigida’, en alusión a los ‘millennials’: culturalmente diferentes a sus mayores y producto del imperio de la imagen (del ‘homo sapiens’ al ‘homo videns’).
Pues no hace falta irse muy lejos para encontrar síntomas de que nuestra clase política apunta maneras. La listeriosis. Explicaciones poco aclaratorias y dudas de gestión de la Junta andaluza gobernada por Partido Popular y Ciudadanos, con el presidente Moreno Bonilla de vacaciones en Galicia.
Y si uno busca los líderes nacionales, Albert Rivera, el adalid de la regeneración, dónde está, con la que cae en el PP de la Comunidad de Madrid, desaparecido en la época estival. Y Pablo Casado, qué hará, avivando el populismo punitivo de la Prisión Permanente Revisable para el «terrorismo medioambiental» desde el monte canario. (Donde llegó antes que Sánchez, eso sí).
Quizás asistimos a una generación de políticos para quien lo principal es la comunicación y el marketing, pero cuando toca informar y rendir cuentas, se quitan de en medio, dejando que los hechos hagan de oposición. «Que las realidades virtuales son juegos que no tienen probabilidades de convertirse en realidades materiales (…)» y generar «un sentimiento de potencia alienado y frustrado» sobre el ciudadano, reflexiona Sartori sobre la aportación de otro autor, Nicholas Negroponte, en su libro ‘El mundo digital’ (1995).
¿Y para cuándo gobernar? Paralelismo con Grecia, donde la endogámica tecnocracia derechista (Nueva Democracia) ha tumbado al populismo del gobierno Tsipras. Es la ley pendular. Que destronada la ‘enarquía’ de Rajoy, la política de la hipercomunicación es lo que llegó. Y los gobiernos ‘relato-dirigidos’. Hoy es el del Pedro Sánchez. Y mañana, los que vendrán.