Una parte del PNV cree que la estrategia de Ibarretxe acabará siendo contraproducente, cuando no catastrófica. Pero el órdago de Ibarretxe no persigue la independencia (el estatus actual es de gran rentabilidad económica), sino la construcción de un buen argumento electoral. Es una estratagema para ganar las elecciones.
La cuestión vasca es excitante, inquietante y tediosa a la vez. La política en el País Vasco tiene como matriz psicológica el juego del mus, inventado por los vizcaínos y exportado a Madrid por los hidalgos segundones que emigraban a la capital de España para servir en la Corte. Existe una larga tradición vasca –más vizcaína que guipuzcoana-, de servicio al Estado. Los vascos han sido siempre mucho más influyentes que los catalanes en Madrid. Y el mus es hoy la horma mental de la política española: órdago va, órdago viene. (Órdago, del euskera hor dago: ‘ahí está’).
Ahí está el plan Ibarretxe-2 que hoy será aprobado en el Parlamento de Vitoria con un voto (decisivo) del partido batasuno que el PSOE dejó concurrir a las últimas elecciones autonómicas, cuando creía posible la rendición pactada de ETA.
El órdago Ibarretxe encierra una clara intención: provocar la negativa del Gobierno español a la denominada consulta popular sobre el derecho de los vascos a decidir -consulta incompatible con la actual Constitución-, y obtener con esta negativa un buen motivo para la convocatoria de elecciones anticipadas. Bajo la bandera del ‘derecho a decidir’, Ibarretxe y sus asesores creen poder captar parte del voto abertzale, cifrado actualmente en unos 100.000 posibles electores. Ibarretxe reagruparía así el voto nacionalista, hoy repartido en cuatro contenedores: el PNV (mayoritario y hegemónico, pero en declive); Eusko Alkartasuna (minoritario y estancado); Ezker Batua (la Izquierda Unida vasca, minúscula y por libre) y el cajón de sastre de la abstención abertzale.
Una parte del PNV cree que la estrategia de Ibarretxe acabará siendo contraproducente, cuando no catastrófica; pero Josu Jon Imaz, el más inteligente y valioso de los políticos vascos, prefirió dar un paso atrás cuando vio que el PNV corría riesgo de fractura. Imaz observa ahora el desarrollo de la partida de mus desde Estados Unidos. Y puede que algún día vuelva.
El hor dago de Ibarretxe no persigue la independencia. Es altamente dudoso que la jerarquía del PNV desee en realidad la independencia, puesto que el estatus actual es de gran rentabilidad económica. Con la independencia saldrían perdiendo, ya que el futuro Estado vasco debería pagar, entre otras cosas, las pensiones de una sociedad cada vez más envejecida. Observe el lector que los nacionalistas vascos apenas han reivindicado su cuota parte de la caja común de la Seguridad Social. El hor dago de Ibarretxe persigue la construcción de un buen argumento electoral. Es una estratagema para ganar las elecciones.
El Gobierno debería estar tranquilo, puesto que el arriesgado movimiento de Ibarretxe, en puertas de una situación de crisis económica que no estaba prevista cuando se ideó la apuesta soberanista, puede reforzar la centralidad de los socialistas vascos. Pero el Gobierno está nervioso. Y está nervioso, porque el enfrentamiento con el PNV complica sus alianzas en el Congreso y en el Senado. Rodríguez Zapatero necesita una mayoría parlamentaria estable. La crisis no es una broma y el PP está rompiendo el aislamiento de la anterior legislatura. La partida de mus es a partir de hoy más complicada.
Enric Juliana, LA VANGUARDIA, 27/06/2008