Ignacio Camacho-ABC
- Sánchez ha diluido las fronteras entre su partido y la extrema izquierda. El PSOE es ya un mero gestor de ideas ajenas
Para ser ministro de Sánchez por la cuota socialista no sólo hay que acostumbrarse a defender cada día una posición distinta sino que es menester estar dispuesto a perder un pulso cada vez que el jefe lo exija. Pulsos internos, se entiende, que los que se libran contra la oposición siempre sirven de refuerzo. De lo que no hay manera en este Gobierno es de ganarle un envite a los socios de Podemos, que con Pablo Iglesias o con Yolanda Díaz sacan adelante todos los proyectos que se les ponen en el entrecejo. Lo sorprendente es que todavía haya en el Gabinete miembros del PSOE empeñados en defender su criterio a sabiendas de que en cualquier debate sus colegas se los van a acabar llevando al huerto. Antes le echaban la culpa a Redondo y su buena sintonía con el caudillo comunista pero ninguno de los dos está ya en activo y los morados continúan imponiendo sus caprichos. Son minoría en el equipo pero saben que en caso de conflicto el presidente va a requerir el sacrificio de disciplina a los de su propio partido.
La lista de cesiones es considerable. Calvo y Campo se tragaron -antes de que los echaran- las leyes feministas y transgénero de Irene Montero, cuya redacción no pasaba un mínimo análisis técnico. A Escrivá le revocan cada idea que sale de su ministerio antes incluso de que las pueda llevar al Consejo. Ribera torció el brazo a cuenta de la requisa de los beneficios del sector eléctrico. La otra Montero, María Jesús, tiene que cuadrar en cada presupuesto nuevas exigencias de subidas de impuestos. Calviño salió derrotada de la batalla del salario mínimo y ahora vuelve a caer en la del intervencionismo en los alquileres, que de paso salpica a Ábalos con carácter retroactivo. En ésta última, además, Sánchez ha desautorizado hasta a su fiel Bolaños, que cumpliendo órdenes se negaba a claudicar en la misma víspera del pacto. Todos (y todas) niegan haber sido humillados pero es difícil saber qué pintan en sus respectivos cargos.
Contra toda evidencia, el discurso oficialista rechaza también la ‘podemización’ del Ejecutivo, que se ha convertido en una de las principales características del sanchismo. El presidente ha borrado las fronteras entre las dos fuerzas a base de asumir mediante continuas entregas las reclamaciones populistas de la extrema izquierda. Su famoso giro centrista es una entelequia porque no sólo depende de sus aliados radicales para concluir el mandato sino para tener alguna posibilidad de renovarlo. Y la realidad es que en este momento el PP se parece mucho menos a Vox que el PSOE a Podemos por más que la propaganda se esfuerce en minimizar ese parentesco. Los ministros socialdemócratas han devenido en meros gestores de un modelo socioeconómico ajeno. Tal vez a título personal les compense su progresivo apocamiento pero desde fuera da cierta lástima verlos reducidos a la condición de figurantes de atrezo.