PEDRO G. CUARTANGO – EL MUNDO – 17/09/16
· En un brillante artículo sostenía Jorge Bustos en estas páginas que hay un punto de sobrevaloración de la importancia de la corrupción en nuestra vida política. Su tesis me ha forzado a reflexionar, pero no me ha convencido.
Sí me parece cierto en cambio que hay un doble rasero en algunos medios para medir la corrupción, ya que no es posible equiparar el blanqueo de 1.000 euros del que se acusa a Rita Barberá con la red clientelar urdida por el PSOE en Andalucía que supuso un desfalco de 741 millones para las arcas públicas.
Lo cuantitativo es importante, pero el verdadero impacto de la corrupción es cualitativo porque supone una deslegitimación de la democracia en la medida en que los altos cargos que deben administrar los bienes de todos se dedican a enriquecerse o a favorecer al partido del que forman parte, falseando las reglas de juego.
La corrupción existía en el franquismo y se mantuvo con la legalización de los partidos al comienzo de la Transición. Hay que recordar que el concejal socialista Alonso Puerta fue expulsado del PSOE en 1981 por denunciar la trama de los contratos de basura en el Ayuntamiento de Madrid. Entonces el alcalde era Tierno Galván, considerado un símbolo de probidad.
A lo largo de estos últimos 40 años, han ido surgiendo numerosos escándalos como Filesa, los fondos reservados, Roldán, los ERE, Gürtel, Pujol y otros, en los que se han expoliado las arcas públicas o se ha utilizado el poder para buscar un lucro ilícito. Ninguna formación política excepto IU se ha librado de la corrupción.
La pregunta es por qué no se ha podido o querido combatir este fenómeno. La respuesta es que los partidos han antepuesto su afán por conseguir poder a la defensa de unos principios éticos. Lo esencial era ganar las elecciones y ocupar las instituciones. Cualquier obstáculo que impidiera alcanzar este fin último, era desdeñado o apartado. Quien como Puerta se atrevía a denunciar los abusos, era expulsado o marginado en la organización.
El PSOE, que gobernó desde 1982 a 1996, puso el mayor empeño en desmontar todos los controles, en neutralizar a los jueces y en patrimonializar el Estado como si fuera suyo. Aquella etapa, fructífera en lo económico y lo social, tuvo consecuencias nefastas porque sentó las bases de lo que ha venido después y hemos visto en Andalucía con el fraude de los ERE.
Desde entonces, la corrupción ha estado presente en todos los rincones de la vida pública y ha formado parte del código genético de los partidos. Pero si ello ha sido posible, es porque los propios ciudadanos no han castigado este fenómeno con sus votos ni la propia sociedad española ha sido consciente de su trascendencia hasta hace muy poco.
En última instancia, la corrupción refleja una escala de valores y una cultura política instalada en los partidos y en las instituciones. No se podrá erradicar jamás si no cambia el sistema educativo y la mentalidad de los dirigentes. La corrupción es transversal e impregna todos los ámbitos de lo público. Como lo reprimido siempre retorna, como apuntaba Freud, vamos a asistir en los próximos meses a un espectáculo nauseabundo que pondrá en evidencia hasta dónde llegaron esas prácticas que han acabado por arruinar la credibilidad de nuestra democracia.
PEDRO G. CUARTANGO – EL MUNDO – 17/09/16