Joseba Arruti-El Correo

El Gobierno de Pedro Sánchez es un zombi: parece que anda pero está muerto. Pretendía ser integérrimo cuando se presentó en sociedad en 2018, un colosal dique de contención contra la corrupción. Pero ha devenido en cadáver político prematuro, lanceado por las lacras que vino a combatir. Y no hay fórmula de resistencia posible con la que ganar tiempo cuando ya no hay vida.

Que fuera José Luis Ábalos quien, con prosa tronante, desarrolló la preceptiva declaración de intenciones del PSOE durante la presentación de la moción de censura contra Mariano Rajoy da cuenta milimétrica de la dimensión del fiasco. En este tiempo se han cosechado importantes logros en muy diversas materias, pero se ha fracasado en lo esencial: en la mismísima razón de ser de la actual administración socialista.

Al presidente del Gobierno le vienen flaqueando los reflejos desde hace tiempo. Empeñó su palabra y gran parte de su crédito político en favor de quienes han hecho del latrocinio su marca personal, y desde entonces sólo actúa arrastrado por las evidencias más implacables. Diríase que ha terminado metabolizando mal su sublimada capacidad de supervivencia, como despegándose de la realidad.

Las buenas prácticas democráticas se resienten si la determinación que todo líder requiere muta en empecinamiento. Atrincherarse frente a la realidad la termina agravando: la épica de otro tiempo degenera en palabrería y la desmovilización corroe las propias filas. A estas alturas, ni siquiera el miedo al que viene sirve ya para ablandar la creciente decepción de numerosos sectores progresistas.

Si el PP no comete errores catastróficos, la llegada de un nuevo ciclo político en España se antoja inexorable. Al PSOE le esperan el avivamiento de las viejas disonancias y los codazos por resituarse a nivel interno. Todo ello bajo la sombra de una ristra de procesos judiciales que le interpelan directamente. En definitiva, una travesía del desierto sin cantimplora.

A Pedro Sánchez se le ha acabado el tiempo. La relación de fuerzas tras su marcha determinará no sólo la composición de la estructura orgánica del partido, sino la vigencia del propio modelo de Estado. El PSOE deberá decidir entre uno que prioriza el entendimiento con el PP y acota la descentralización territorial o el que aboga, en consonancia con la actual mayoría parlamentaria, por profundizar en ese proceso.

Los socialistas se enfrentan a la creciente certidumbre de una lacerante derrota electoral y del desgarro que acarreará en sus filas. Ordenar ese proceso y limitar el parte de daños es, a estas alturas, el mejor servicio que Sánchez puede ofrecer a los suyos.

Y, en una situación de bloqueo sin retorno y salpicado por la mala elección de algunos de sus más próximos, lo que debe a la ciudadanía en general es la posibilidad de manifestarse en las urnas sin dilación.