Rubén Amón-El Confidencial
- El ciclo electoral adverso (de Madrid a Andalucía), el colapso de la coalición, la irrupción de Feijóo y la crisis económica condenan el proyecto sanchista a una agonía irremediable
No cuesta trabajo imaginar la satisfacción con que Juanma Moreno debió asistir al pacto de Sánchez con Bildu. Y a la contrariedad equivalente de Juan Espadas. Publicaba El Confidencial una encuesta el pasado viernes que ubicaba al PP a dos puntos de la mayoría absoluta en Andalucía, aunque el sondeo no alcanzaba a recoger la influencia del acuerdo entre socialistas y ‘ultraabertzales’. Que la tendrá, en contra de los intereses del PSOE andaluz. Y que llevará más lejos la agonía de Sánchez.
Se consume la energía del patrón socialista, se malogra la legislatura irremediablemente. Hemos aprendido en estos años a valorar el instinto de supervivencia de PS, su capacidad de adaptación, pero las cualidades evolutivas del presidente del Gobierno se exponen a una degradación inequívoca y a una coyuntura letal. Por cuatro razones principales y complementarias: el colapso de la coalición de investidura; la irrupción de Núñez Feijóo; la depresión de la economía en los bolsillos, y la inercia del ciclo electoral.
El ciclo electoral
Isabel Díaz Ayuso va a esmerarse en la celebración del aniversario de la victoria. Lo convertirá en un ejercicio de vanagloria y propaganda, pero los excesos de providencialismo que practica la presidenta madrileña no contradicen la ‘señal’ que supuso el triunfo del 4 de mayo de 2020.
Fue entonces cuando adquirió relevancia la expectativa del cambio de ciclo. Una victoria categórica que predispuso el optimismo de los populares en tiempos de Casado. Y que supuso un estímulo a las elecciones anticipadas de Castilla y León, aunque el resultado precario de Mañueco en las circunstancias de un adelanto caprichoso difieren del entusiasmo que describe la campaña de Moreno en Andalucía. El presidente popular aspira a una victoria rotunda. Cerca de la mayoría absoluta. Y lejos del contratiempo que supondría introducir a Vox en el Gobierno. No le conviene a Moreno pactar con quienes han boicoteado su legislatura. Ni le conviene a Feijóo que la ultraderecha le intoxique su campaña de colonización del centro.
El aspirante Feijóo
El cambio de guardia en Génova 13 ha conllevado una contrariedad dramática en los planes de Sánchez. Le favorecían el antagonismo obstruccionista de Casado y la torpeza con que el líder popular gestionaba sus mejores recursos. Incluida una relación ambigua con Vox, que consentía al patriarca socialista agitar la amenaza de la ultraderecha y abusar de la polarización. No le va a resultar sencillo a Sánchez encorsetar a Feijóo en semejantes apreturas, ni contrarrestar la credibilidad del líder gallego en la moderación y la responsabilidad. Feijóo prospera en el centro. Y representa un fenómeno ilusionante que tanto moviliza al votante del PP como aglutina a los huérfanos de Ciudadanos y del Partido Socialista.
Es la perspectiva desde la que el aspirante a la Moncloa persevera en su dimensión de estadista. Y el esfuerzo con que trata de reanimar los acuerdos pendientes. Empezando por la reforma del CGPJ. O por el esfuerzo pedagógico con que ha querido trasladar a la opinión pública la apertura a otras negociaciones del PSOE.
Feijóo inauguró su mandato renunciando al dogma del antisanchismo. No para condescender con Sánchez, sino para combatirlo en la proximidad. Darle la mano para desarmar el discurso de la ultraderecha apocalíptica y para retratarlo en su contumacia con los partidos ‘indepes’.
La economía
Los datos que exponen el escenario macroeconómico malogran la reanimación que Sánchez quería incorporar a la recta final de la legislatura. La inflación ‘coyuntural’ se ha convertido en un fenómeno crónico. Lo mismo puede decirse de la depresión a la que apuntan el desempleo y el crecimiento económico. Se han empobrecido los hogares. Se ha dislocado el consumo de energía. Y toda la retórica de la recuperación que alojaba el maná de los fondos europeos se resiente de la realidad que sacude a los votantes, de tal manera que Sánchez no solo compite en el erial de las promesas incumplidas, sino contra la reputación de los populares cuando se trata de gestionar las emergencias económicas.
El colapso de la coalición
Las sesiones parlamentarias cruciales se han convertido en un ‘thriller’, en un trance de psicosis. Y es verdad que Sánchez ha ganado los ‘match balls’. Algunos por carambola (la reforma laboral). Y otros porque ERC y Bildu se reparten el palo y la zanahoria para castigar y premiar a Sánchez simultáneamente, tal como sucedió en el debate de las medidas anticrisis.
Ni los soberanistas ni Unidas Podemos van a provocar la caída de Sánchez. No por falta de ganas ni de razones —del maltrato político al espionaje—, sino porque el punto de convergencia consiste en las necesidades recíprocas. Pere Aragonès reclama la cabeza de Margarita Robles sabiendo que no le conviene exigir un trofeo de caza mayor, pero el cinismo con que se desenvuelven los compadres de Sánchez no contradice el extremo deterioro de la coalición de investidura. Lo prueba el desencuentro permanente en las reformas principales o en la guerra de Ucrania. Lo demuestra la operación Pegasus. Y lo explica la crueldad con que Sánchez ha jibarizado a Podemos.
Las sesiones parlamentarias cruciales se han convertido en un ‘thriller’
No parece volar, como se creía, el fenómeno Yolanda. Y sí parece evidente que el pacto de las izquierdas con el soberanismo no sufraga la aritmética necesaria, menos aún si el PNV abandona el pelotón para restregar a Sánchez el flirteo con Bildu y para adaptarse, como siempre, al cambio de humores electorales que se percibe de Génova a Ferraz. Nadie como los nacionalistas vascos interpretan la conveniencia ni olfatean mejor cuándo y cómo debe secundarse el cambio de guardia.