José Antonio Zarzalejos-El Confidencial
En 2015, el secretario general de UP rechazaba entrar en un gobierno con el PSOE, ocupar ministerios e investir a un presidente socialista. El fracaso le ha hecho cambiar de criterio
Es necesario recuperar la memoria para reparar en la liquidez de los planteamientos políticos y en la fragilidad de los postulados ideológicos. En ‘Una nueva transición’ (editorial Akal 2015), un libro firmado por Pablo Iglesias, subtitulado ‘materiales del año del cambio’, el líder morado expresaba la siguiente opinión: “Un Podemos con la fuerza suficiente para exigirle al PSOE dos ministerios importantes y entrar en el Gobierno podría ser algo que nos diera experiencia de gobierno, pero nos destruiría electoralmente. Igual que para el PSOE entrar en un Gobierno con nosotros sería terrible. Y votar a favor de ellos en una investidura nos haría muchísimo daño…nos obligaría a lo que proyectaba el diario ‘El País’… sois un sustituto muy digno de IU, más listos, con más ‘swing’, mejor estilo, por eso con mejores resultados, pero sois una tercera fuerza política que se ubica en lo que son las terceras fuerzas políticas progresistas en Europa.”
Las anteriores frases se recogen en la página 115 del texto recopilatorio antes citado. Otras muchas opiniones provocarían estupor observando lo que cuatro años después de aquellas estimaciones ha ocurrido con el discurso político de Pablo Iglesias. El secretario general de Unidas Podemos ha fracasado, sin paliativos, en su gestión como dirigente de la organización. Por esa razón, en julio de 2019 pretende una vicepresidencia en el Gobierno de Sánchez, ministerios para dirigentes de su partido a cambio investir presidente del Ejecutivo al secretario general del PSOE. Iglesias no ha logrado el sorpaso al PSOE, no ha “asaltado los cielos”, tampoco es “una tercera fuerza política progresista” sino cuarta en el Congreso de los Diputados y lo que es aún mucho peor: Iglesias y Montero han privatizado su partido. Para poder sostener sus liderazgos mantienen una estrategia radicalmente opuesta a la que diseñaba el zamorano en 2015. La comparación entre aquellas palabras y estos comportamientos resulta escandalosa.
Iglesias lucha por su supervivencia política. La puso en riesgo con la legítima –pero también criticable en términos de coherencia- adquisición de un chalé en Galapagar que financió con una hipoteca de 600.000 euros. Ante semejante distancia entre la teoría y la práctica, él e Irene Montero organizaron en mayo de 2018 una consulta a las bases para, sin mencionar su compra inmobiliaria, pulsar si podían o no seguir al frente de la secretaría general del partido (él) y continuar siendo portavoz parlamentaria (ella). Más de 188.000 inscritos e inscritas emitieron su sufragio: 128.300 (68,42%) avalaron su continuidad, pero 59.224 (31,58%) la desestimaron. El líder morado dijo entonces que “tomaba nota”. Así blanqueó su inconsecuencia, instrumentando los mecanismos de participación del partido.
Para reforzar su pretensión de instalarse en el Consejo de Ministros (algo que en 2015 “destruiría electoralmente” a su organización y a lo que dijo renunciar en marzo de 2016: “Si el obstáculo soy yo, no soy ningún problema, ya no estoy”), Iglesias y su entorno –desertizado de las figuras fundadoras de la formación- han vuelto a pervertir los mecanismos y procedimientos de toma de decisiones convocando a las bases a otra consulta (que concluye hoy) para que respondan a dos cuestiones que, según Teresa Rodríguez, líder andaluza de los morados, “insultan a la inteligencia”. Efectivamente lo hacen porque se pone en el brete a los inscritos e inscritas de un dilema imposible. No hay militancia que no conteste afirmativamente, casi por aclamación, que “para hacer presidente a Pedro Sánchez es necesario llegar a un acuerdo integral de Gobierno (programático y de equipo) y sin vetos donde las fuerzas de la coalición tengan una representación razonablemente proporcional a sus votos”.
No se pide a los militantes de Podemos ratificar o rechazar un acuerdo de Gobierno, sino respaldar preventivamente la posición personal de Iglesias
No se pide a los militantes de Podemos ratificar o rechazar un acuerdo de Gobierno, sino respaldar preventivamente la posición personal de Iglesias para fortalecer su disminuida capacidad negociadora provocada por un doble fracaso electoral, tanto en los comicios generales del 28 de abril, como en los municipales, autonómicos y europeos del 26 de mayo en los que UP registró un auténtico desplome. Iglesias no tiene derecho –simplemente se lo arroga- para alterar el sentido de la participación de la militancia en las decisiones cruciales y convertir la consulta en un mecanismo de adhesión personal y, por lo tanto, caudillista. Es –’mutatis mutandis’- exactamente igual que cuando “blanqueó” la adquisición de su vivienda en Galapagar.
En definitiva, Iglesias ha pasado de afirmar que “gobernar con el PSOE nos destruiría electoralmente” a pretender hacerlo con Sánchez –y él en el Consejo de Ministros- como terapia de último recurso a su fracaso político, tanto en la gestión interna de la organización que dirige, como en términos electorales. Un político de este calibre deontológico sería en el Gobierno –lo presidiera Sánchez o cualquier otro- una bomba de relojería. Pocos políticos menos dotados que Pablo Iglesias para la empatía y la fiabilidad.