Roberto Blanco Valdés, LA VOZ DE GALICIA, 9/12/11
E n 1916 escribió Vladímir Ilich Uliánov -más conocido como Lenin- una de sus más célebres obras: El imperialismo, fase superior del capitalismo. Frente a otras del autor, expresión de verdaderos desvaríos que estarán en el origen de tragedias posteriores (El Estado y la revolución, y su dictadura del proletariado, por ejemplo), Lenin sostiene en el libro cuyo título he parafraseado en el encabezamiento de este artículo algo que la historia ha venido a demostrar: que el desarrollo capitalista dará lugar a la progresiva concentración del capital en grandes monopolios con mucha capacidad para controlar el funcionamiento del Estado.
¿Por qué sacar ahora a Lenin de su tumba junto a los muros del Kremlin, en la que está tan ricamente embalsamado? Pues solo para poner de relieve que con el europeísmo podría estar pasando algo similar a lo que Lenin previó para el capitalismo: que los dirigentes de dos países (Merkel y Sarkozy) se han apoderado de él para ponerlo al servicio de sus particulares intereses, que no son, desde luego, los de Europa, sino los de los dos países que el presidente galo y la canciller germana representan: los de Francia y Alemania.
Es llamativo que en España -donde los Gobiernos regionales y estatal saltan como fieras cuando cualquiera de ellos invade sus respectivas competencias- nadie parezca escandalizarse por el hecho insólito de que Merkel y Sarkozy pueden estar pasándose por el arco del triunfo todos los tratados europeos para convertirse -si se me permite el símil- en dos «señores de la Unión», que lo mismo imponen una reforma constitucional en España, que cambian un Gobierno en Italia o llaman a capítulo a Rajoy, que acaba de ganar unos comicios con los votos españoles y no con el dedazo de esa pareja peculiar, para darle precisas instrucciones de lo que ha de hacer en el futuro, como antes se las dieron a Zapatero, que, sin más miramientos, prefirió traicionarse a sí mismo que renunciar a gobernar con el programa que le colocaban desde fuera.
Ese auténtico imperialismo fran- co-alemán, del que Merkel y Sarkozy son expresión, no tiene nada que ver con el espíritu confederal que está en la base de la Unión. Pues, si de lo que se trata es de que los dirigentes de Francia y Alemania nos gobiernen a todos, ordenando a nuestros legítimos Consejos de Ministros sus políticas, lo menos a lo que deberíamos tener derecho es a participar en su elección.
Algún ingenuo dirá que en cierto modo ya lo hacemos a través de las instituciones europeas, pero la pura verdad es que la Unión no es hoy, en realidad, más que un monopolio que controlan dos países al servicio de sus particulares intereses. Pensar que representan los de todos los europeos es más que una simple estupidez: es un suicidio.
Roberto Blanco Valdés, LA VOZ DE GALICIA, 9/12/11