Carlos Martínez Gorriarán-Opinión

Desde la Atenas de Pericles, toda la historia europea es una sucesión ininterrumpida de imperios

Numerosos, confusos y contradictorios indicios parecen anunciar la vuelta del imperialismo sin disimulos a costa del sistema imperfecto de naciones-estado de la Guerra Fría, simbolizado por las Naciones Unidas y por el deseo de prevalencia del derecho internacional frente a la fuerza. Nunca ha dejado de haber imperialismo, ciertamente, pero con pésima fama y negado por sus actores. Estados Unidos y la Unión Soviética eran mucho más que naciones-estado corrientes, y no solo por el tamaño, porque tenían verdaderas ínfulas imperiales, es decir, voluntad de dominar el mundo según sus intereses. En especial los soviéticos, que no solo aprovecharon la derrota alemana para restaurar el Imperio de los zares, sino que le dieron la máxima extensión de su historia hasta que se contrajo de nuevo en 1991; ahora Putin, el nuevo zar criminal, trabaja para restaurarlo hasta donde pueda su ejército vapuleado.

Los Imperios nunca se fueron del todo

¿Asistimos al regreso del Imperio sin disimulo? Es posible. Los imperios son entidades políticas muy anteriores al estado-nación, tan reciente que data de las revoluciones liberales de Estados Unidos (1776) y Francia (1789), seguidas de cerca por la Constitución de Cádiz de 1812 y las revoluciones hispanoamericanas. Durante miles de años los imperios se han repartido el mundo, y quizás la era de los estados-nación solo haya sido un breve paréntesis. La cautelosa, ambigua y dubitativa marcha de la Unión Europea hacia algo superior a la asociación de estados nacionales es también otro indicio de que entramos en una nueva época porque el Estado moderno, obra del liberalismo y del nacionalismo inmediato, es demasiado débil (y no digamos ya los ridículos proyectos del separatismo periférico español).

Las reglas de juego del imperialismo son más extrañas. Veamos un ejemplo: la votación en la ONU este martes de la resolución contra la invasión rusa de Ucrania produjo un resultado asombroso: Estados Unidos votó con Rusia, Haití, Corea del Norte e Israel contra la resolución presentada por Europa, y se formó un bloque de abstenciones con Argentina, Cuba, Arabia Saudí e Irán, entre otros. Aparentemente, sin pies ni cabeza. En realidad, manifestación de la lógica imperial emergente, donde la amenaza de la fuerza desplaza a los pactos históricos e impone nuevas alineaciones. La pregunta, claro, es si Trump y sujetos parecidos a él son causa o efecto del regreso del imperialismo, pero algunos datos invitan a pensar lo segundo. Veamos.

¿Está pasando algo así en el americano? Desde luego, aparte de Elon Musk, nadie puede dudar de que una cosa son los Estados Unidos y otra Donald Trump y su equipo inmobiliario lunático.

Los cambios repentinos y radicales de opinión de Trump sobre toda clase de cosas, más sus propuestas estrafalarias sobre Gaza, Groenlandia o Canadá son, curiosamente, compatibles con algunas características típicas de la política imperial, a saber, la prevalencia de los intereses imperiales permanentes sobre las excentricidades del emperador: Roma era una cosa, Calígula Heliogábalo otra. Un imperio bien organizado sobrevive a la crisis de la cúspide, caso del español durante la Guerra de Sucesión tras Carlos II.

¿Está pasando algo así en el americano? Desde luego, aparte de Elon Musk, nadie puede dudar de que una cosa son los Estados Unidos y otra Donald Trump y su equipo inmobiliario lunático. Quizás por eso Trump y Vance pueden anunciar la traición a Ucrania y romper con Europa, pero la política real ir en otra dirección desautorizándole en, como diría el conde de Romanones, la letra y reglas del reglamento.

Ya ha habido varios ejemplos de incumplimientos oficiales de disparates del dúo Trump-Musk, como la pretensión de obligar a los funcionarios federales a informar por email de su trabajo semanal, aunque -o quizás sobre todo si- sea secreto. Pero el ejemplo más acabado puede ser el preacuerdo con Ucrania para explotar los recursos del país con ganancias para ambos, manteniendo la ayuda militar y garantizando la existencia de Ucrania. Justo la antítesis de la primera pretensión trumpiana de sacarle todo a Zelensky a cambio de nada. Veremos en qué acaba la cosa, pero de momento es un claro desmentido a La Casa Blanca y una advertencia a Putin. Pese a los ditirambos del coro de pelotas, Trump no representa un nuevo estilo de política genial, sino la tremenda decadencia moral e intelectual de las élites políticas y académicas occidentales, origen de la crisis que vivimos.

Pekín no olvida los grandes territorios manchúes y mongoles arrebatados a los Qing por los rusos, como no olvida Taiwán ni su intención de quedarse en exclusiva con el Mar de China Meridional a costa de los ribereños Vietnam y Filipinas

China parece tener una estrategia mucho más clara y la ventaja de pelear mediante peones. El asalto ruso a Europa en la frontera ucraniana debilita a occidente y por tanto mejora la posición china. Si Rusia vence, bien; si pierde, lo más probable salvo sorpresas, también, pues una Rusia debilitada es un vasallo seguro y Pekín no olvida los grandes territorios manchúes y mongoles arrebatados a los Qing por los rusos, como no olvida Taiwán ni su intención de quedarse en exclusiva con el Mar de China Meridional a costa de los ribereños Vietnam y Filipinas.

Como Rusia, China quiere recuperar sus fronteras históricas máximas, y convertirse en el proceso en la superpotencia hegemónica a costa de unos Estados Unidos con tremendos problemas internos, esos mismos que Vance intentó sublimar endosándolos a Europa. Saben, por ejemplo, que si Estados Unidos rompiera con Europa, algo tan estúpido que podría llegar a ocurrir -la estupidez política se impone con temible facilidad, como sabemos en España-, los europeos tendrán que reforzar lazos con China, como intenta Sánchez a la desesperada.

La parte que nos toca es la más interesante: ¿qué podemos hacer los europeos? Supongamos que, en efecto, estamos dejando atrás la breve etapa de equilibrios entre Estados nacionales, más dos superpotencias, para pasar a un mundo de nuevos Imperios (algunos tan viejos como el chino), pues también Turquía, Irán y Arabia juegan con la idea e India es un imperio por derecho propio, más actores secundarios, protectorados y colonias. ¿Qué posibilidades nos quedarían entonces?

¿Un Imperio europeo unido?

La respuesta podría ser un Imperio europeo unido basado en la Unión actual más nuevos socios como Ucrania, con un Reino Unido de regreso y lazos reforzados con socios como Canadá, Australia y las repúblicas hispanoamericanas. Un “imperio” voluntario y no por conquista, basado en la democracia liberal, saldría de la decadencia y bloqueo actuales obligado por la principal fuerza de la naturaleza: adaptarse o morir. Al fin y al cabo, desde la Atenas de Pericles toda la historia europea es una sucesión ininterrumpida de imperios: Roma, el Romano-Germánico y todos los que vinieron detrás. Habrá que probar un ente que integre al estado nacional, pero supere sus evidentes limitaciones de poder y potencial si queremos mantener la relativa independencia actual. Por cierto, la signora Meloni ya ha ofrecido Roma como la nueva capital europea de siempre…