Gregorio Morán-Vozpópuli

No es ninguna excentricidad que los EEUU impongan aranceles a Canadá, México, China y la Unión Europea

Tiene que ser una sensación rara la de vivir en el país más poderoso del planeta y que de pronto la realidad te demuestre que todo tu poder no sirve para garantizarte la hegemonía. Así de sencilla es la idea sobre la que está constituido el trumpismo. Lo demás son los modos y maneras que adopta Donald Trump para afrontar esa pelea contra la realidad. Ahí es donde nuestros análisis yerran porque no acabamos de hacernos a la idea de que ha sido elegido por una abrumadora mayoría de la sociedad norteamericana que tiene miedo y ha comprometido su presente, y quien sabe si su futuro, a un implacable promotor inmobiliario inmensamente rico, tanto que dispone de la capacidad de administrar el primer imperio de la tierra.

Luego están las formas y los métodos. Sus maneras son las de un patán sin paliativo alguno. Arrogante, como sólo pueden ser quienes han llegado a su nivel arrollando a oponentes, jueces y todo lo que se le ponga por delante. Los que asaltaron el Congreso de los EEUU ganaron las elecciones y eso marca un antes y un después que no alivia nada el que sea un mal de época que promueven, cada uno dentro de sus posibilidades, ganadores en las urnas; desde Milei a Meloni, pasando por Netenyahu y Orban. No es precisamente por casualidad que todos tengan problemas con la judicatura; nosotros lo vivimos de primera mano. Netanyahu visita una vez por semana el juzgado y de no ser porque continua “su” guerra estaría abocado a la cárcel. Los conflictos de Meloni con la judicatura constituyen el único freno a sus políticas.

Hay muchos paradigmas sociales que se han ido viniendo abajo en los últimos tiempos. Las leyes no les sirven a los líderes y estaba escrito que ellos eran quienes las imponían. Nada que esté en vigor puede resistirse a la voracidad del dirigente, ya sea erigido por las urnas o por cooptación. Cuando algunos evocan “el mundo de ayer” no lo hacen a la manera de Stefan Zweig, que reinventó el sintagma, sino que se refieren a lo inmediato. La economía norteamericana se resiente de la competencia y eso provoca ansiedad y pánico. Pongamos aranceles, nosotros que fuimos los más conspicuos defensores del libre mercado avalado por nuestras cañoneras.

No es ninguna excentricidad que los EEUU impongan aranceles a Canadá, México, China y la Unión Europea. Es miedo a constatar el signo de decadencia más explícito: están pagando cantidades exorbitantes a Israel y Ucrania para mantener sus guerras. Un negocio peligroso de incierto futuro; los fabricantes se enriquecen pero el país ha de pagarlo. Entonces es cuando surge el arrogante promotor inmobiliario vendiendo una especie de crecepelo geopolítico que alcanza la obscenidad. Gaza está destruida y ya tenemos un terreno baldío con sólo pagar los servicios de desescombro. 40 kilómetros de costa mediterránea listos para construir. ¡Qué mejor que licitar la edificación de resorts¡ Habrá que encontrar acomodo a 2 millones de palestinos. Como hablan árabe que sean otros árabes, nuestros clientes militares preferentes, los que se hagan cargo de ellos. No hay idea por peregrina que sea que no encuentre defensores. ¿Acaso los romanos no consumaron el Carthago delenda est? Luego se la quedaron como provincia del Imperio. Con los siglos aprendimos que no había que destruir sin que nos animáramos a restaurar, que es el negocio. ¡Disfrute su ocio en las playas de la antigua Palestina!

La paz por la fuerza es un imperativo que se sostiene gracias a una sociedad te jalea

Tampoco es una genialidad locoide cambiar la nomenclatura y designar Golfo de América a lo que hasta ahora era de México. Está en los himnos y hasta en el lenguaje del ciudadano norteamericano; decir América es referirse a los EEUU ¿por qué hacer una excepción del golfo bajo nuestro dominio? Algo aún más sangrante es el asunto del canal de Panamá, una inversión francesa que se acabaron quedando los norteamericanos; el negocio más suculento que dejó alrededor a cuatro millones de panameños. Lo construyeron ellos pero lo pagamos nosotros, dirá Trump y millones de sus electores, y resulta que aquel alma bendita de Jimmy Carter se lo regala a los dueños del espacio y ahora van y ceden comercialmente a los chinos, ¡a China nada menos!, la entrada y salida del canal. En menos de 24 horas el enviado de Trump logró condicionar los contratos firmados; aún no sabemos en qué términos ante la avalancha de mentiras por ambas partes.

A los analistas tristes la recién iniciada etapa de Trump les suena a 1933 y el ascenso de Hitler al poder, pero creo que sería más ajustado referirse a 1945, el final de la II Guerra Mundial y el asentamiento del Imperio Americano. Lo que cambia es el argumentario, porque variaron las circunstancias. Entonces se trataba de la libertad frente al totalitarismo y el único competidor era un tigre de papel que había salido de la contienda con mucho heroísmo y poca sustancia. Stalin era un enemigo militar pero no un competidor económico. Algo parecido, salvadas sean las distancias, al Putin de hoy. Se entenderá con él a costa de los ucranianos, que sólo pueden ofrecer sus minerales raros. Ahora se trata de destruir las bases sobre las que se construyó la Guerra Fría y desmontar las instituciones que dominaban y que ya no les sirven como antaño, porque los enemigos de hoy se llaman China, India, Brasil…  Las grandes empresas y los grandes negocios no incluyen nuestras tiendas de bisutería.

La paz por la fuerza es un imperativo que se sostiene gracias a una sociedad te jalea. Estamos perplejos ante las excentricidades de Donald Trump, la desfachatez de sus planteamientos reaccionarios, pero no olvidemos que alimenta el volcán que hierbe dentro de sus fronteras. Si es verdad que ha aumentado su sustento entre la población norteamericana estamos ante un problema que nos traslada su miedo hacia una inquietante perspectiva.

Para desnortados recomiendo estudiar la figura política del presidente William McKinley (1897-1901), el gran organizador del imperio comercial de los EEUU, el que se quedó con Cuba y Filipinas tras una onerosa guerra de juguete con España. Murió de mala manera del disparo de un anarquista cuando apenas empezaba su segundo mandato. Quizá nadie como Trump representa en el siglo XXI lo que McKinley supuso para el XX. Entonces eran tiempos de optimismo económico y estos de ahora lo son de temor; no hay futuro, estamos empeñados en el presente. Habría que romper con los lenguajes tribales y empezar reconociendo que formamos una tribu a la defensiva frente a una manada de líderes hambrientos.