Editorial-El Español

Pedro Sánchez ha adquirido dos compromisos durante la Cumbre de Madrid. El primero, aceptar que EEUU sume dos destructores más a los cuatro que ya tiene en Rota (Cádiz). El segundo, aumentar el presupuesto de Defensa hasta el 2% del PIB de aquí a 2029. Una medida que supone doblar el presupuesto actual, que ronda el 1%.

Ninguna de las dos medidas, como informa hoy EL ESPAÑOL, será posible sin el voto a favor del PP. Nada hace pensar que los populares no vayan a apoyar ambas medidas, y de hecho el PP ya ha reconocido que no habrá problema alguno para ello.

Quien no votará a favor en ningún caso es Podemos, que ha mostrado su malestar por no haber sido informado acerca de las conclusiones de la Cumbre.

En el partido morado ha chocado también el ninguneo a Yolanda Díaz. Pero, sobre todo, el aparente giro radical dado por Sánchez en el espacio de apenas 48 horas.

Mientras antes de la Cumbre el presidente hablaba de «poderes ocultos» y «terminales mediáticos», un vocabulario antisistema habitualmente usado por Podemos, durante la reunión de la OTAN su lenguaje ha sido el opuesto. Sánchez ha asimilado la inmigración ilegal a una amenaza militar y ha usado la misma retórica de la delegación americana en lo que respecta a la amenaza rusa, los gastos de Defensa o la relación con la OTAN.

«Ni siquiera es el lenguaje del PP», ha dicho Podemos. «Es el lenguaje de Santiago Abascal«.

Doble juego de Sánchez

¿Durante cuánto tiempo será sostenible este doble juego de Pedro Sánchez que hace imposible saber cuál es el presidente real y cuál el presidente fake? Un doble juego que muestra una cara radical y casi insultante contra el PP y Alberto Núñez Feijóo en el escenario nacional, y una cara institucional y responsable en el escenario internacional.

Pedro Sánchez nunca acierta más que cuando toma decisiones inaceptables para sus socios de Gobierno e imposibles de rechazar por parte del PP y de Ciudadanos. Pero ese equilibrismo al límite que le lleva a pactar leyes ideológicas y frentistas con populistas, radicales y nacionalistas, y a apoyarse en la oposición constitucionalista para los grandes temas de Estado, es insostenible y sume a los ciudadanos en la esquizofrenia.

Un presidente de Gobierno no puede ser un ultramontano los lunes, los martes y los jueves, y un atlantista los miércoles, los viernes y los fines de semana, como si fuera posible vivir para siempre en el equilibrio perfecto entre lo mejor de ambos mundos.

No puede insultar a la oposición con el mismo lenguaje utilizado por Podemos, EH Bildu, ERC y otros extremistas, y luego acusar al PP de falta de sentido de Estado por no apoyar leyes diseñadas para marginar al centro y a la derecha del escenario político.

No puede ser Emmanuel Macron en Bruselas, Joe Biden en la OTAN y Pablo Iglesias en la SER.

No puede aspirar a pactos de Estado con el PP cuando se adoptan medidas unilaterales arrebatadas en respuesta a una contundente derrota electoral sin consultarlas antes con el mismo jefe de la oposición al que luego se pretende identificar con su predecesor en el cargo, cuando ambos son la noche y el día en su relación con el Gobierno.

Sánchez comprobará pronto que la estrategia de dibujar a Feijóo como un radical echado al monte y al que prácticamente nada separa de Vox es tan contraproducente como la estrategia de calificar de «fascismo» a aquellos partidos que hoy representan al centro liberal mejor de lo que el PSOE de hoy representa a la socialdemocracia.

Este doble juego es deshonesto, es contraproducente y, sobre todo, es letal para la convivencia entre españoles. Sánchez debería decidir ya qué quiere ser de mayor. Si el presidente de los populistas y los radicales, o el presidente de todos los españoles.