Hasta que una alternativa democrática no acceda al poder autonómico, aquí todo va a seguir enquistado.
Si ni siquiera el proyecto de libre asociación con España que promueve el lehendakari Ibarretxe es una meta final para Arzalluz, y lo presenta en la puerta de Ajuria Enea como una concesión a los no nacionalistas. no es que en Euskadi no se pueda negociar con ETA, es que ni siquiera se puede negociar con el PNV.
El proyecto de Ibarretxe supone ya de por sí una ruptura traumática con el marco constitucional, pero, además, Arzalluz advierte de que no es la meta final, que no renuncia a la independencia. Con lo cual está diciendo a los disconformes con la misma que para qué van a perder el tiempo en algo tremendamente traumático, el proyecto de Ibarretxe, cuando la meta expuesta es la secesión total. ¿No constituye este proceder un sublime desprecio a los posicionamientos de los demás, a cualquier clima de negociación?
Una cualidad de los demócratas es que encuentran mayor gratificación en el marco pactado con los demás, en la puesta en valor de la libertad y la convivencia política, que el propio programa partidista. Si Arzalluz considera que aun con el rechazo del Parlamento vasco del proyecto de Ibarretxe hay que llevarlo a una consulta popular, está jugando a populismo barato, está despreciando las instituciones representativas. Por narices hay que aceptar lo suyo, y si no, Madrid nos aplasta con su bota. Más del despreciable victimismo plañidero del que se nutre el nacionalismo vasco.
Pero es que el nacionalismo vasco no considera que haya otros ciudadanos con otros criterios e intereses, y mucho menos que esos ciudadanos sean ciudadanos vascos. Nos encontramos con la naturaleza de los nacionalismos radicales, que exige la homogeneidad del pueblo al que dicen representar. El disidente, el diferente, el crítico, por suave que sea su crítica, no forma parte del sujeto encargado de la misión histórica de liberar la nación, la nación nacionalista. De ahí que Ibarretxe considere a los no nacionalistas como ciudadanos ajenos, y a sus partidos como representantes del Estado español. No somos nada, políticamente al menos, para un nacionalismo que nos considera extranjeros en el mejor de los casos; el nacionalismo aún más radical nos considera enemigos. Consideraciones previas a cualquier guerra civil.
¿Quién puede esperar en estas condiciones un fin pacífico para Euskadi? Nadie. Desde este proceder del PNV, ¿no tiene ETA razón? Si los objetivos del nacionalismo moderado son tan radicales, tan poco moderados, y no tienen encaje legal ni político en el entorno, ¿no es la violencia la única esperanza? Los deseos imposibles sólo son creíbles a través del rito de la sangre.
Entonces se produce la pregunta del taxista. Después de haberle indicado que la independencia no trae la paz: ¿cuál es entonces la solución? Además de que el Estado intervenga, que lo está empezando a hacer, demostrando que Euskadi no es una satrapía, la solución estriba en que la ciudadanía arrebate electoral y democráticamente el poder en Euskadi a tan radicales, temerarios y aventureros políticos. Porque mientras el nacionalismo moderado plantee reivindicaciones tan inmoderadas que rompen por la mitad a la sociedad, tan imposibles de negociar -máxime cuando le importa un bledo el posicionamiento de los demás, y ese demás es la ONU, la Unión Europea, el Estado español y casi la mitad de los vascos- la única manera de sacarlo adelante es por la fuerza, que no la aplicará el PNV porque hay otros que lo hacen. Hasta que una alternativa democrática no acceda al poder autonómico, aquí todo va a seguir enquistado, el país aislándose de su entorno, el futuro económico más que nublado y la gente exiliándose por todo tipo de razones.
Si cuando los romanos lo hicimos bien y sobrevivimos como pueblo, ¿por qué Ibarretxe y Arzalluz quieren mandarnos al último capítulo de nuestra historia como vascos? Sencillamente, porque ningún nacionalismo ha sacado adelante el proyecto nacional que dicen defender. Por el contrario, destrozan la nación. Ya lo vimos con Franco.
Al nacionalismo vasco se le ofrece el reto, ya enunciado por su presidente, de convocar unas elecciones anticipadas bajo el exclusivo debate de aceptar o rechazar el plan de Ibarretxe. Parece hasta aceptable esta proposición teniendo en cuenta lo engañosa y miserable que es la política en Euskadi. Pero supone llevar al límite a una sociedad castigada por el terrorismo, amedrentada por él, y poner en crisis de supervivencia nuestro futuro como pueblo. Pueblo que siempre ha sido contradictorio, diferente en sus opciones, pero pueblo al final de siglos porque nadie les mandó inmolarse como en Numancia o en la Vida de Brian. Y a eso nos puede abocar tan dicotómica llamada electoral.
Eduardo Uriarte, EL PAÍS/PAÍS VASCO, 2/11/2002