Esteban Hernández-El Confidencial
El incidente sobre la reforma laboral es importante, pero mucho más por su aspecto simbólico que por su recorrido real. Nos señala males bastante profundos de nuestro país
El enésimo incendio político, esta vez sobre un asunto de calado como es la reforma laboral, vuelve a ocupar la actualidad española. Tiene su importancia, pero mucho más por lo que revela que por el tema en sí.
El acuerdo no es relevante en lo fáctico. No solo porque ni la ministra de Economía, ni los sindicatos, ni la CEOE ni la ministra de Trabajo, los actores principales en esta reforma, estuvieran al tanto de lo que se iba a suscribir, sino porque no se puede llevar a cabo, y menos aún en estos momentos. Incluso derogar los aspectos lesivos de la reforma, no la reforma entera, requiere de muchos acuerdos con distintos actores, especialmente porque la alianza de gobierno carece de mayoría absoluta. La rectificación posterior era esperable, porque ese acuerdo no iba a llevarse a efecto y todos los firmantes eran conscientes.
Nadie lo entiende
El segundo aspecto es el simbólico, que puede hacer mucho daño a los socialistas, porque nadie entiende el motivo de que se suscribiera el pacto, y tampoco ha sido explicado. Da munición real a los rivales del PSOE, porque los acuerdos que no se cumplen, las medias palabras y las maniobras tácticas son algo de lo que llevan mucho tiempo acusando al presidente, bajo calificativos como tahúr, falso o mentiroso. Pero también daña su imagen pública, al dar la sensación de no saber bien qué hacer: ya hemos visto varios casos en los que se anuncia una medida y se da marcha atrás rápido, como ocurrió con la autorización para que los niños salieran de casa, pero solo a la compra.
La finalidad del acuerdo era realizar un gesto político cargado con alguna intención política, pero se hace difícil adivinar cuál
Y puesto que no se iba a cumplir y todos lo sabían, solo cabe concluir que la finalidad del acuerdo era realizar un gesto político cargado con alguna intención. Se hace difícil adivinar cuál, porque ha predispuesto al PNV contra los socialistas, aleja a estos de Ciudadanos y tampoco refuerza la conexión con ERC, además de debilitar la forma en que el PSOE es percibido. Otras lecturas indican que se trata de una pugna dentro del Gobierno entre sectores más y menos progresistas, y quizás haya algo de eso. Pero en el fondo da lo mismo. Es parte de un juego en el que todos están inmersos, y ahí no cabe hacer mayores reproches a los socialistas que al resto. La diferencia, en todo caso, estriba en la posición (tienen el Gobierno), pero no en el plano ético. Aquí cada uno está jugando su juego: Bildu y PNV tratan de ganar posiciones de cara a las elecciones vascas, Iglesias intenta señalarse como la parte progresista del Gobierno, Ciudadanos da un giro para recuperar influencia, la oposición dura del PP tiene un solo objetivo, sacar al PSOE de Moncloa, y Vox va un paso más allá y se refugia en la calle. Todos están intentando sacar partido de la situación, todos buscan su interés.
En los territorios, pasa igual
La variable política se mezcla con la territorial, en la que ocurre exactamente lo mismo: todos se atrincheran tras sus fronteras y utilizan la necesidad de apoyo de un Gobierno al que no le dan los números para obtener ventajas, ya sean mercantiles, como en el País Vasco; políticas, como en Madrid, donde Casado pretende construir la alternativa al Gobierno, en Cataluña, con los partidos independentistas catalanes insistiendo en la mesa de diálogo, o funcionales, como en Valencia, Canarias o Cantabria. Todos están metidos en el mismo juego e intentan obtener réditos. Y tampoco podemos olvidar la vertiente económica, que se mueve en parámetros muy similares: el anuncio de Garamendi de que la CEOE rompe el diálogo social es parte de ese juego.
Esta es la primera lección que nos está dejando esta crisis: cuando la situación es más acuciante, no solo se continúa en la dinámica anterior a la pandemia sino que además se intensifica. Justo en el instante en que sería necesaria visión de conjunto, cada actor político está mirando sus propios intereses, intentando sacar partido de la situación para mejorar su posición y minar al rival. Las invocaciones al bien común y las grandes palabras dejan una estela de instrumentalidad: cada uno mira por sí mismo y por sus intereses, y se aprovecha una situación grave para sacar más rédito, tanto en lo que se refiere a los territorios como a las formaciones políticas. Esa afirmación de que las crisis son oportunidades es algo que parecen haber entendido perfectamente, pero en su acepción más negativa.
Los grandes elementos ideológicos han dejado de serlo para convertirse en nuestro tiempo en el paraguas de meros intereses
No es una tendencia española, es el signo de la época: los grandes elementos ideológicos han dejado de serlo para convertirse en el paraguas de meros intereses. Es así incluso en las contiendas a mayor nivel. La lucha entre EEUU y China se puede vestir como parte de una pelea entre la democracia y la dictadura, entre el mundo libre y las sociedades autoritarias, pero no es una división tan clara: mientras no era más que un país emergente, China fue descrita como una fiel aliada occidental, quizá con tentaciones poco democráticas, pero que seguro que irían cambiando con el paso del tiempo. Cuando se convirtió en una potencia que amenazaba a la hegemónica, pasó a ser un régimen dictatorial que controlaba por completo a sus ciudadanos. Lo que importaba de verdad era quién controlaba el poder y los recursos, no el régimen político que imperase en China, que resulta muy secundario, máxime cuando el régimen de Xi Jinping no pretende exportar su modelo de Estado al resto de los países. Esa lucha por el poder y los recursos se reproduce a menor escala, y la Unión Europea es un ejemplo, con las tensiones entre norte, sur y este, y con el regreso a la clave nacional en cuanto la pandemia apareció.
Una sociedad en decadencia
Esta es la segunda lección que nos ha enseñado el covid-19: estamos ante un desacople general en el que las partes se desentienden del conjunto y buscan su propio camino de salida, sin importar demasiado las consecuencias para el resto. A nadie le preocupa el todo, sino las ventajas concretas que obtiene para su parte. Es así en lo político, en lo territorial y en lo internacional. Si queremos ver cómo será el mundo tras la pandemia, aquí tenemos una señal clara.
El egoísmo cínico ha sustituido las ideas: es un mundo que olvida la estrategia y se mueve permanentemente en lo táctico
Pero comprendamos bien qué significa esto, porque es el signo más evidente de una sociedad en decadencia. Cuando todos empiezan a correr a la búsqueda de sus intereses privados, sea para obtener más poder y recursos, sea para encontrar un camino de salida, lo colectivo se rompe y las sociedades y los países se vuelven especialmente vulnerables. Los territorios más frágiles son aquellos cuya cohesión interna es débil, y la de España (y la europea) está en el alambre. Estamos tensando demasiado la cuerda, porque el egoísmo cínico ha sustituido las ideas: es un mundo que olvida la estrategia y se mueve permanentemente en lo táctico. Y no olvidemos un aspecto importante que sobrevuela todo esto: Occidente se está moviendo tácticamente mientras que China lo hace desde la estrategia.