- No es normal que los argumentos en defensa de la Constitución y la soberanía nacional compitan como liebres lesionadas con el discurso del apaciguamiento de Sánchez
Hoy por hoy, lo más sorprendente del llamado conflicto catalán es la sordina del Gobierno de la nación a los argumentos contrarios al desafío independentista. Hacen falta esfuerzos suplementarios para descubrir defensa y arropamiento de la parte ofendida en el relato monclovita, ahora descaradamente acomodado a la llamada ‘agenda del reencuentro’.
El clarinazo de Felipe VI en defensa del orden constitucional (3 de octubre de 2017), coreado cinco días después en una masiva manifestación ciudadana, y la sentencia del Tribunal Supremo contra los responsables de la trama sediciosa (14 de octubre de 2019), con su reciente informe contrario a los anunciados indultos, han sucumbido a las interesadas apelaciones de Pedro Sánchez a la concordia y la reconciliación.
Como si el ‘revanchismo’ inspirase al tribunal sentenciador del ‘procés’. O como si jueces y ciudadanos no alineados con el secesionismo fuesen partidarios de la discordia, el enfrentamiento y la violación de las leyes, cuando es justamente al revés, aunque no lo parezca por la condición de especie protegida que los nacionalistas periféricos han disfrutado en la España democrática. “Ni son más ni tienen mejor derecho que el resto de españoles”, escribía hace días el socialista Nicolás Redondo. Sin embargo, siempre bracearon contra los marcos mentales que querían imponerles desde Madrid.
Es difícil ver la defensa de la parte ofendida en el discurso de Moncloa, ahora acomodado a la ‘agenda del reencuentro’
Ahora es al revés. Y me explico.
No es normal que los obligados argumentos en defensa de la Constitución española (incluida la posibilidad de modificarla) y la soberanía nacional compitan como liebres lesionadas con el discurso del apaciguamiento de Sánchez mientras su interlocutor de vísperas, Pere Aragonès, se permite clavetear la irrenunciable exigencia de ‘autodeterminación’ y ‘amnistía’, a modo de ejes del diálogo, con arrogantes advertencias dirigidas a quienes creen que ERC será más fácil de doblegar que JxCAT.
Son flecos de la conversación telefónica de ambos la semana pasada y precalentamiento de su cita en Moncloa, previa a su vez de la mesa de diálogo sobre el futuro político de Cataluña. Seguro que a su paso de hoy lunes por Barcelona (acto en Foment del Treball), el presidente del Gobierno vuelve a toparse con la invitación del presidente de la Generalitat de afrontar el conflicto con “valentía” y “compromiso democrático”.
Dos salmos inspirados en la teología del liderazgo. Pero no cursan de forma ambivalente. Aunque el destinatario es Sánchez, se ha contagiado la sospecha de que, en nombre del deshielo propuesto por una de las partes (la otra propone claudicación), este no se enfrentará al nuevo embate independentista con la ‘valentía’ y el ‘compromiso democrático’ de quien está obligado a defender el orden constitucional y la soberanía nacional.
El nacionalismo catalán siempre braceó frente a los marcos mentales que se le imponían desde Madrid. Ahora es al revés
En cambio, no se duda de que la contraparte, que sigue hablando de “un solo pueblo”, aplicará el doble salmo al ejercicio de un liderazgo que se compromete a culminar el proceso hacia una república independiente, diga lo que diga el ordenamiento vigente, que prescribe la adhesión de al menos 210 diputados para modificar la Constitución (los 23 independentistas necesitarían seducir a 187) y al menos 90 diputados del Parlament para reformar el Estatut (solo tienen 74).
O sea, vuelta a las andadas (dígase ‘embate democrático’). Ya se había intentado subvertir unilateralmente el orden constitucional sin que hasta la fecha se haya dado “la más mínima prueba o el más débil indicio de arrepentimiento”, como puede leerse en el informe del Tribunal Supremo que considera “inaceptable” indultar a los dirigentes políticos y civiles de la intentona de octubre de 2017.