EDITORIAL EL MUNDO – 20/12/14
· A la misma hora en que Artur Mas y Oriol Junqueras hacían su enésimo intento de aproximación, con la mirada puesta en un adelanto electoral previo a un referéndum de independencia definitivo, el Centro de Estudios de Opinión de la Generalitat arrojaba un jarro de agua fría a los caudillos del soberanismo. Por primera vez desde 2012, los separatistas son menos que quienes se oponen a la secesión. Según el CIS catalán, la mayoría de los ciudadanos de esta Comunidad, un 45,3%, rechaza la independencia, frente a un 44,5% que la respalda. Aun tratándose apenas de un punto de diferencia, este resultado supone una desautorización a los planes del presidente de la Generalitat, quien tras el 9-N proclamó que quería consensuar una lista única con ERC para convocar comicios y lograr en 2016 la separación de Cataluña del resto de España.
El estudio no sólo prueba la miopía política del Molt Honorable y sus socios de aventura, sino que confirma la existencia de una mayoría silenciosa en Cataluña, cada vez más numerosa, contraria a la independencia. De hecho, mientras que de 2011 a 2013 el número de catalanes que abrazó el soberanismo pasó del 25% al 48%, ahora que ese escenario hipotético parece más cerca, el apoyo a la causa independentista pierde fuelle. Junqueras es consciente de que el proceso se está enfriando, por lo que pidió a Mas que adelante elecciones para no perder un solo voto más. Sería una absoluta locura que el presidente de la Generalitat pretendiera alcanzar la independencia partiendo de estos porcentajes.
Habrá que aguardar a próximos sondeos para confirmar lo que parece un cambio de tendencia, pero de lo que ya no cabe duda es de que los catalanes no están dispuestos a asumir el coste económico y social que supondría la ruptura con España. Artur Mas tiene que tomar nota del barómetro catalán y dar carpetazo a un proyecto que sólo ha polarizado a la sociedad. Los catalanes tienen claro que sus principales problemas son «el paro y la precariedad laboral» (58%), la «insatisfacción política» (44%) y el «funcionamiento de la economía» (31%), por lo que la obligación del presidente de la Generalitat es reorientar sus políticas para atender las preocupaciones reales de la población. Hay que subrayar que las relaciones entre Cataluña y España sólo son consideradas un problema por el 31%, así que es un sinsentido que el presidente de todos los catalanes se empecine en gobernar atendiendo sólo a esa minoría. Sobre todo cuando el proceso independentista no ha reportado rédito alguno a su partido, que desde las autonómicas de hace dos años –en las que ya perdió 12 escaños– se ha dejado otros 10 puntos en intención de voto.
CiU y ERC siguen disputándose el liderazgo político en Cataluña, con un 22% y un 21% respectivamente. Pero junto al estancamiento de ambas formaciones, lo más relevante en términos electorales es el crecimiento exponencial de Podemos. El partido de los círculos obtendría entre nueve y 11 escaños en el Parlament y, de celebrarse ahora elecciones generales, sería la primera fuerza en Cataluña, con un 20% de los sufragios. Es sintomático que una formación en proceso de construcción, sin identidad nacionalista, sin liderazgo definido en Cataluña y cuya aportación al debate sobre la independencia se limita a un apoyo genérico al derecho a decidir, esté demostrando tanto potencial en una Comunidad en la que los principales partidos han hecho del soberanismo el leit motiv de la legislatura.
Los activos de Podemos parecen ser la simpatía que despierta Pablo Iglesias en parte del electorado y el desencanto con los políticos. En el caso catalán, al desafecto que genera la corrupción hay que sumar ahora la falta de dominio de la opción independentista. Artur Mas debería reflexionar sobre esto y actuar en consecuencia.
EDITORIAL EL MUNDO – 20/12/14