Vicente Vallés-EL CONFIDENCIAL
- Junqueras, Puigdemont, los CDR y Otegi se frotan las manos con fruición. ¿Qué puede salir mal? España es un país generoso por encima de sus posibilidades
En octubre de 2016, varios diputados del Grupo Parlamentario Socialista se levantaron de su escaño en el Congreso para votar, a viva voz, en contra de la investidura de Mariano Rajoy y, como consecuencia, romper la disciplina del partido, cuya gestora había ordenado abstenerse para facilitar un gobierno del PP y evitar una tercera convocatoria electoral consecutiva (tras las elecciones de diciembre de 2015 no se conformó una mayoría suficiente, y después de la repetición electoral en junio de 2016 se corría el mismo riesgo). Pedro Sánchez, compositor del «no es no», renunció a su escaño en colisión con esa gestora provisional socialista, porque se negaba a que su voto sirviera para investir a Rajoy (meses después ganó el congreso del partido, y hasta hoy). De los 85 diputados del PSOE, quince votaron no, fieles a Sánchez y plantando cara a la jefatura. En ese grupo estaba Margarita Robles. Ella también se negó a investir a Rajoy.
Esta semana, los independentistas catalanes han animado a Robles a mudarse al PP, quizá ignorando este episodio. También pretenden ignorar que se puede ser de izquierdas y defender la unidad de España. No asumen que esa ilógica e infundada identificación entre España y la derecha (incluso, la ultraderecha) es fruto de la cortedad de miras de un sector político fanatizado y olvidadizo, incapaz de recordar que uno de los lemas de la izquierda durante el franquismo y en la Transición fue «España mañana será republicana». No decían «el Estado español mañana será republicano». La palabra España no provocó sarpullidos a determinados sectores de la izquierda hasta que empezaron sus tonteos con el independentismo, mimetizándose en su lenguaje desatinado, y subordinando todo al objetivo de mantener el poder.
La ministra de Defensa pretendía que esta pregunta retórica se respondiera sola: espiar a quien hace todo eso
Ahora, en medio de la polémica —aún no sabemos si suficientemente justificada por los hechos— del caso Pegasus, Margarita Robles ha planteado ante el Congreso una cuestión que resulta pertinente: «¿qué tienen que hacer un Estado y un gobierno cuando alguien vulnera la Constitución, cuando declara la independencia (…) y realiza desórdenes públicos, cuando tiene relaciones con dirigentes políticos de un país que está invadiendo Ucrania?».
La ministra de Defensa pretendía que esta pregunta retórica se respondiera sola: espiar a quien hace todo eso. Pero hay otra respuesta alternativa: la que ha dado a través de sus hechos el propio Gobierno del que forma parte Margarita Robles: pactar, hacerse socio y entregar la estabilidad política a quienes declaran la independencia, aprobar su indulto, crear una mesa de negociación e, incluso, dar asiento en la comisión de secretos oficiales a Esquerra, Bildu y la CUP, cambiando forzadamente y sin acuerdo las reglas del Congreso. Junqueras, Puigdemont, los CDR y Otegi se frotan las manos con fruición. ¿Qué puede salir mal? España es un país generoso por encima de sus posibilidades.
Margarita Robles ha aceptado todo eso, como parte que es del Consejo de Ministros. Y, sin embargo, está sola
Margarita Robles ha aceptado todo eso, como parte que es del Consejo de Ministros. Y, sin embargo, está sola. Ha sido abandonada a su suerte por el presidente y por sus compañeros de Gabinete (los de Podemos nunca han estado de su lado). También por el PSOE, que ha movilizado a sus terminales mediáticas para dejar claro por escrito que Robles no es socialismo de pura cepa, que está de prestado y que no representa el sentir del Gobierno, tan dadivoso hacia los socios que convirtieron en presidente a Pedro Sánchez. Le falta la agradecida empatía entreguista que la coalición PSOE-Podemos tiene hacia los componentes del bloque parlamentario que lo sustenta, aunque la ministra ocupe su cargo gracias a ellos.
Para este decreto de medidas urgentes, entre llegar a un acuerdo con Otegi o con Feijóo, Sánchez ha agarrado, otra vez, la mano de Otegi.
Con Robles a la defensiva, Pedro Sánchez tratará ahora de recomponer la relación con Esquerra, cuyo apoyo es determinante para votaciones como la de este jueves, cuando se aprobó el plan anticrisis gracias a Bildu. La legislatura no corre peligro, porque el presidente tiene los presupuestos. Sí encontrará problemas para aprobar cualquier otro decreto o ley, pero eso solo provocaría la caída del Gobierno si Sánchez considerara que le beneficia adelantar elecciones en ese preciso momento. Y ese momento no ha llegado, porque el presidente vuelve a demostrar su férrea voluntad de mantener el club de partidos de la investidura, y de no depender del PP. Para este decreto de medidas urgentes, entre llegar a un acuerdo con Otegi o con Feijóo, Sánchez ha agarrado, otra vez, la mano de Otegi.
De haber facilitado la aprobación de ese decreto, el PP temía aparecer como una muleta del Gobierno, lo que situaría a los populares en la diana de Vox a pocas semanas de las elecciones andaluzas. Por el contrario, Feijóo habría podido construir su imagen como líder de una oposición de Estado, al tiempo que hubiera evidenciado la fractura en la mayoría parlamentaria de Sánchez. Ahora, continúa la marcha. El ruido es mucho, pero las nueces son siempre las mismas.