- Si Sánchez no puede dejar de ser presidente de Gobierno, incluso cuando se pasaba a saludar a los socios visitadores de su esposa en Moncloa, Begoña Gómez tampoco puede dejar de ser esposa del presidente del Gobierno
Pedro Sánchez tiene una rara habilidad. Ante cualquier circunstancia, por extraña que resulte, siempre encontraremos alguna declaración de su pasado que pone en evidencia la mendacidad de su figura política. Algunos de estos pasajes ya son clásicos contemporáneos; me refiero a los famosos «no pactaré con Bildu, si quiere se lo repito cinco veces», «traeré a Puigdemont de vuelta a España para que comparezca ante la justicia» o «no ha habido amnistía y no la habrá».
A la maltrecha credibilidad del presidente del Gobierno esta semana le han caído otros dos rejonazos de hemeroteca. En un caso hemos recordado cómo exigía la dimisión inmediata de Rajoy por haber sido citado como testigo en una causa judicial y en otro pedía elecciones anticipadas por las dificultades para articular una mayoría con que sacar adelante los Presupuestos. Justo esas dos circunstancias definen la situación actual de Pedro Sánchez. No consigue aprobar un presupuesto y además tendrá que testificar ante el juez por los negocios indecorosos de su esposa.
Sánchez ha intentado aliviar el trance de la declaración judicial solicitando hacerlo por escrito, un privilegio reservado a determinadas autoridades, y alegó para ello que su condición de presidente de Gobierno es «inescindible» de la de esposo de Begoña Gómez. Me temo que ese término – inescindible– también se volverá en el futuro como otro bumerán contra él.
El ardid no le ha funcionado ante el juez, pero le desnuda ante la opinión pública porque en ese «inescindible» se resume el meollo de un escándalo que solo los más fanáticos de sus seguidores intentan justificar. Si Sánchez no puede dejar de ser presidente de Gobierno, incluso cuando se pasaba a saludar a los socios visitadores de su esposa en Moncloa, Begoña Gómez tampoco puede dejar de ser esposa del presidente del Gobierno; lo era cuando firmaba cartas de recomendación para concursos públicos, cuando pedía financiación para su cátedra o cuando solicitaba ayuda tecnológica a las empresas más potentes del país. En todo momento era la esposa del presidente del Gobierno.
Cuando los dirigentes de grandes compañías, al igual que el rector de la Complutense, hacían un hueco en sus agendas para recibirla y se desvivían por complacerla, no lo hacían a causa de su trayectoria profesional sino por la posición de su esposo. ¿Quién le hace un feo a la esposa del presidente si te llama para pedirte una entrevista? Nadie. Pero ahí debieran haber acabado la cortesía y los buenos modales. Cuando además de la entrevista cae una prebenda, una cátedra sin titulación, un puesto de trabajo a la medida o un software gratuito, la cosa tiene otro nombre.
Todas las antecesoras de Begoña Gómez extremaron el celo y las cautelas para no sacar ningún tipo de beneficio personal del hecho ser esposas del presidente del gobierno. Aplicaron su sentido común y un indudable decoro ante esa circunstancia tan especial; Gómez ha hecho justo lo contrario, ha utilizado la posición de su marido como la varita mágica con la que construirse una carrera profesional hasta entonces inexistente. Por utilizar hasta ha utilizado La Moncloa como centro de operaciones para impresionar a socios y benefactores.
El meteórico ascenso profesional de Begoña Gómez es inescindible de su condición de esposa del presidente del Gobierno, del mismo modo que la presidencia de Sánchez ya es inescindible del gigantesco escándalo protagonizado por su esposa.