HERMANN TERSCH, ABC – 13/01/15
· Por eso esta sociedad no tiene ni músculo ni sus líderes criterio. Y es hoy incapaz de reaccionar, más allá del lamento.
Lo que siempre ha hecho del Estado un infierno en la tierra es que el hombre intentara convertir la tierra en su cielo». Estas palabras del poeta alemán Friedrich Hölderlin fueron pronunciadas mucho antes de que Hitler planeara el mundo germánico perfecto, de que Lenin se lanzara a fundar el «paraíso de los trabajadores» y de que Pablo Iglesias llamara a «tomar al asalto el cielo» en una España maltrecha por la crisis, harta y agotada de una clase dirigente inane, descreída e impotente.
Pero a ellos tres se refería, como a tantos otros que han tratado, tratan y tratarán de organizar el bienestar y la felicidad colectiva y siempre, invariablemente, han generado infiernos muchos de ellos casi inconcebibles en su monstruosidad y crueldad. Siempre ha habido voces que advirtieron sobre el peligro de los proyectos totalitarios antes de que estos se consumaran. Desde las opciones meramente confiscatorias y autoritarias hasta las más brutalmente criminales, todas las diversas formas del socialismo y nacionalsocialismo anunciaron de una forma u otra su auténtica naturaleza. Siempre hubo quienes dieron la voz de alarma. Pero no se les hizo caso. Y llegó el infierno. Millones de trágicas muertes y miserias vividas después, hoy ya nadie sabe de aquello. Y vuelven las «ofertas celestiales» de asalto al bienestar y fáciles soluciones para las angustias cotidianas.
La libertad es un tesoro individual, una experiencia personal que se hace colectiva en la democracia. La democracia es una institución básicamente individualista. Se basa en el carácter único e insustituible, en el carácter único y sagrado del individuo humano. Y parafraseando a Friedrich Hayek, la democracia está por ello en conflicto con todas las formas de socialismo, incluidos sus peores perversiones del comunismo, fascismo y nazismo. El gran vienés cita en este sentido en su imprescindible «Camino de servidumbre» a Tocqueville en un discurso de 1848: «Democracia y socialismo no tienen nada en común salvo una palabra: igualdad. Pero sean conscientes de la diferencia: mientras la democracia busca la igualdad en libertad, el socialismo la busca en la restricción y la servidumbre». El descrédito del liberalismo en Europa viene de lejos. Ya cuando llegan al poder las ideología totalitarias en los años Treinta, apenas quedaban liberales. Tras la guerra, con el enemigo de la democracia y rival comunista como sistema social allende el Telón de Acero, la socialdemocracia se impuso como doctrina del sistema en Europa Occidental.
A todos los partidos. Pero aun existían fuerzas liberales y músculo moral para denunciar y cuestionar el rodillo igualitario. Y sobre todo para defender el imperio de la ley. Hoy, con la introducción del componente ideológico de la corrección política, grotesco invento totalitario surgido de las universidades norteamericanas, las fuerzas antiliberales se han hecho con el control ideológico de todo el sistema en Europa. Desde una izquierda siempre totalitaria hasta la derecha acomodaticia, sin principios, cobarde o reaccionaria, todos se han unido bajo el paraguas ideológico de esa corrección con la que aplastan las expresiones independientes de denuncia. Así la sociedad se ha privado a sí misma de los mecanismos correctores imprescindibles en la democracia.
Asistimos, con el socialismo del pensamiento, al final de la verdad. Que es perseguida con saña. Y con la verdad, se destruyen todos los fundamentos morales. Por eso esta sociedad no tiene ni músculo ni sus líderes criterio. Y es hoy incapaz de reaccionar, más allá del lamento y la cataplasma, ante las grandes amenazas que se ciernen sobre ella. Todas decididas a imponernos en la tierra ese cielo del que hablan los nuevos comunistas y los islamistas de siempre. Lo que ya Hölderlin sabe que era el infierno.
HERMANN TERSCH, ABC – 13/01/15