• Prefieren no ser nada, una existencia inauténtica en términos de Heidegger, antes que asumir que son responsables de algo

Una de las cosas más llamativas que ha sucedido tras las elecciones ha sido la negativa de cualquier responsabilidad de los partidos y los líderes derrotados, que han recurrido a los más inverosímiles pretextos para echar la culpa a los otros de sus propios errores.

Carmen Calvo ha achacado la debacle del PSOE a la afición a «las cañas de cerveza y los berberechos» de los madrileños. Ábalos reconoció que la culpa era también de la dirección, pero los que dimitieron fueron Gabilondo y Franco, dos perfectos chivos expiatorios. Inés Arrimadas ha justificado sus pésimos resultados por la polarización de la campaña. Y, según Pablo Iglesias, el millón y medio de ciudadanos que votó al PP sufrió un ataque de enajenación mental transitoria.

Este tipo de excusas son habituales tras cualquier elección, pero no por ello hay que dejar de reflexionar sobre este fenómeno que, lejos de ser anecdótico, refleja la degradación de la política y la falta de entidad de buena parte de la clase dirigente.

Cuando los jefes de los partidos eluden la responsabilidad sobre sus propias decisiones, lo que están haciendo es lanzar un mensaje que les deslegitima profundamente al desligar sus actos de sus consecuencias. Es un concepto puramente casuístico de la política. Pero si no son responsables de lo malo, tampoco lo serán de lo bueno.

Jean-Paul Sartre acuñó el concepto de la ‘mala fe’, que, según sus palabras, es una actitud por la que el ser humano se niega a ejercer su libertad y opta por eludir la responsabilidad de sus actos. El pensador francés sostiene en ‘El ser y la nada’ que el hombre construye su existencia al elegir ser una cosa y asumir las consecuencias de sus decisiones. No hay nada más elocuente que los actos.

Lo que nos están transmitiendo los dirigentes de los partidos supone no sólo la negación de cualquier responsabilidad, sino también la banalización de su propia libertad al presentarse como víctimas de unas circunstancias que determinan el resultado de sus decisiones. Da igual que acierten o no, porque los votantes actúan con criterios caprichosos e imprevisibles y los hechos obedecen a la más pura aleatoriedad. La culpa es siempre del otro.

El PSOE ha llegado a decir que sus seguidores son reflexivos y maduros y que han perdido las elecciones por un electorado que se ha dejado seducir por la frivolidad de la candidata del PP. No se puede hacer mayor desprecio a las reglas de la democracia.

Lo esencial de lo que estamos observando es que los líderes han entrado en esa casuística por la que la responsabilidad es algo subjetivo y relativo. Ello los ha llevado al extremo de subrayar su irrelevancia para eludir cualquier peaje por sus actos. Prefieren no ser nada, una existencia inauténtica en términos de Heidegger, antes que asumir que son responsables de algo.