Es lo que tienen los sistemas democráticos: que, a través de las elecciones libres, dibujan la realidad política del lugar donde se celebran, gusten más o gusten menos los resultados que estas arrojen, lo cual es algo intrínseco a las sociedades plurales y diversas: lo que para uno puede ser una extravagancia vergonzante para otro puede ser, no solo sinónimo de salud democrática o expresión popular respetable, sino hasta proyecto político indispensable para la resolución de los problemas existentes. Es, con los límites de la participación habida y las características concretas de la cita electoral, lo que ha ocurrido en las Elecciones Europeas de este pasado fin de semana: que han dibujado lo que a día de hoy pensamos y queremos los que formamos parte de la comunidad política. Y ahora nos conocemos todos mejor. Y, al parecer, no podemos dejar de ser lo que somos.
Su odio a los políticos lo ha convertido en cargo político con el apoyo de ochocientos mil españoles, cuyo voto vale lo mismo que el tuyo y el mío
Según se dice, y supongo que así habrá sido, Alvise ha sabido canalizar el malestar de la sociedad ante la situación política que vivimos. Debe de ser que para mejorar la Sanidad y la Educación públicas, la calidad del empleo, el acceso a la vivienda o la lucha contra la corrupción, la mejor opción es votar a un populista antipolítico sin más programa que el odio a las instituciones políticas y a determinados representantes políticos y cargos públicos a través de las redes sociales. Y lo mismo vale para resolver los principales problemas ciudadanos que para parar los pies a los independentistas o denunciar la infame ley de amnistía. Para miles de conciudadanos, es así como deben resolverse los problemas que padecen: votando al justiciero Alvise. O sea, por la vía rápida y con más corazón que cabeza, que somos seres pensantes pero sobre todo sentimentales. Su odio a los políticos lo ha convertido en cargo político con el apoyo de ochocientos mil españoles, cuyo voto vale lo mismo que el tuyo y el mío, seres dementes que no nos enteramos de la misa la media. Hasta Vox ha confirmado lo que venimos diciendo: «Alvise nace del hartazgo de los españoles, algo que compartimos».
El hartazgo social está plenamente justificado y los principales partidos políticos no están logrando resolver muchos de los graves problemas sociales. Prefieren el exabrupto que la argumentación razonada y las soluciones reales. Pero convendría canalizar ese hartazgo de la mejor manera posible, que ya somos mayorcitos. Cuando se insiste en el malestar de la ciudadanía me pregunto, según quién se sienta molesto, de qué malestar se me habla: porque vale lo mismo para un roto que para un descosido y, sobre todo, para votar en blanco, abstenerse, votar finalmente lo de siempre o votar la cosa más estrafalaria del mundo. Los indignados siempre encuentran la justificación necesaria para sostener lo que finalmente decidan, y la culpa es del resto: la casta, la vieja política y, cómo no, los inmigrantes. O los ciudadanos responsables que no somos capaces de entender el malestar que habita en tantas cabezas. Según leo, Alvise «ha canalizado el odio de la clase popular contra las instituciones políticas a través de las redes sociales», lo que le ha permitido entrar en una de las instituciones más poderosas, donde se pagan los sueldos más elevados y donde la transparencia brilla por su ausencia. Sin programa político. Sin soluciones para los males de nuestro tiempo. Sin otra cosa que comunicación y estrategia políticas, con especiales inversión e insistencia en las redes sociales. O sea, con envase pero sin contenido: la clásica mercancía averiada con buena salida en el mercado de abastos porque respeta la ley de la oferta y la demanda.
Hay que canalizar el malestar generado por nuestra casta política a través del voto antipolítico o protesta, aunque no sirva más que para empeorarlo todo
Es lo que tiene la democracia: que disponer de buenas ideas (lo cual, lo sé, es cosa relativa) no garantiza el éxito electoral ni la supervivencia política; y que carecer de ellas, si se da con la tecla, no es óbice para alcanzar todos los éxitos imaginables. Donde manda patrón no manda marinero. Poderoso caballero es don dinero. Y los ciudadanos son los jefes. Y están tan indignados que tienen derecho a votar lo que les apetezca, aunque sea mucho peor el remedio que la enfermedad que se padece. Hay que canalizar el malestar generado por nuestra casta política a través del voto antipolítico o protesta, aunque no sirva más que para empeorarlo todo; lo de votar algo razonable y canalizar de manera responsable el malestar de la ciudadanía es otra extravagancia en desuso cosa de pedantes que no bajan al barro donde habita la gente corriente. Es lo que tiene la democracia. Y la española dispone de una pluralidad política dispuesta en partidos políticos suficientemente amplia: ahí está todo. Y hasta la abstención, el voto en blanco o el voto inválido para quien no encuentre nada potable. Pero ni eso parece suficiente.
Entre otras cosas que han deparado estas Elecciones Europeas (las más importantes para el porvenir de Europa de las últimas décadas), una de ellas ha sido el éxito electoral de Alvise. Pero pongamos punto y final a la diatriba que no aporta más que mala leche y melancolía. Tenemos lo que nos merecemos. Pero seamos positivos y prácticos. Estudiemos el fenómeno Alvise: su organización interna, sus medios humanos, su financiación y su estrategia comunicativa empleada para alcanzar semejante resultado. Cualquier partido político que aspire a canalizar el malestar ciudadano, incluso aunque tenga buenas ideas, debe utilizar todos los medios de nuestro tiempo. Y hacerlo de la mejor manera posible. Porque disponer de buenas ideas no es suficiente.