Hermann Tertsch, ABC, 31/7/12
El sistema autonómico es hoy un mecanismo colonizado irreversiblemente por una lógica parasitaria
CUANDO nuestros políticos tradicionales creen olfatear algún fenómeno inquietante o sufren, pobres, un sobresalto, suelen reaccionar como las ovejas cuando se asustan, es decir haciendo piña precipitada. Tanto que a veces mueren, pienso en las ovejas, aplastadas entre sí. Cuentan ahora sesudos análisis de la conducta ovina que la reacción de estos animales, considerados de los más estúpidos del reino animal, nada tiene que ver con la búsqueda de la unidad, solidaridad o protección común. Que es una reacción tan egoísta como imbécil del «sálvese quien pueda», pero siempre, por supuesto, en la dirección equivocada. Nuestro político medio, que es muy medio, tiende a la indolencia. Pero cuando le dan motivos para el susto se suele refugiar en la corrección política y en un corporativismo algo lerdo. Que el populismo, ya se sabe, es muy malo. Porque se empieza, nos sugieren, por no entender las necesidades de un cargo electo en el ejercicio de su sagrado mandato y se termina pagando la gasolina de un avión para que vaya a recoger a un militar muy bruto de alguna plaza africana. Ahora nuestros políticos huelen tempestad y los instintos ovinos se arremolinan. Están en plena reacción gregaria. Tienen razones para ello. Resulta que lenta pero inexorablemente va cogiendo cuerpo la idea de que el sistema autonómico es una gran parte de nuestro muy serio problema. Este sistema autonómico, que nadie había imaginado así cuando se redactó nuestra Constitución en 1978, se nos fue de las manos muy pronto y se ha convertido en un monstruo, disparatado en tiempos prósperos y suicida en los precarios. Hoy, un fantasma recorre Europa y lleva el nombre de «regiones españolas». Se palpa el pánico cuando se habla de «spanische Regionen».
Nuestras autonomías han pasado a ser consideradas un peligro, no ya para una ordenada hacienda española, sino para la estabilidad financiera de toda la zona euro. Hace mucho que todas las autonomías adoptaron como propias las perversiones de las autonomías con nacionalismo. Y son un obstáculo infranqueable para el mercado libre, para la economía, para el ahorro, para la justicia, para la seguridad y para el sentido común. Hoy todo el sistema autonómico español es una inmensa hidra oronda y dispendiosa con 17 cabezas locas y mil ubres de las que cuelgan multitudes casi infinitas de compatriotas, cuyo único denominador común es que cobran del erario público y tienen un carné de partido. Así las cosas, nuestros políticos llevan meses haciéndose los locos y preparando una buena operación ovina para protegerse de peligrosas veleidad reformadora. Miren que a Mariano Rajoy le cuesta tomar decisiones y adoptar medidas. Pero por eso duele aun más que, cuando lo hace, salgan de inmediato cinco o seis autonomías a advertir a Europa que se olviden, que no servirán, porque no acatan. El sistema autonómico, en cuyo origen sin duda hay buena fe a espuertas, es hoy un mecanismo colonizado irreversiblemente por una lógica parasitaria. De resistencias numantinas. Por lo que la única solución está en la devolución de competencias a un estado que racionalice y centralice, sí, centralice sin miedo, esas funciones. Seguro que salen majaderos que llaman a esto «colonización» o «centralismo franquista». Pero no es ni lo uno ni lo otro. Y las tres autonomías «históricas» no tendrían ni mucho menos que sentirse atropelladas. Al contrario, su carácter específico, volvería adonde estuvo. ¿Que es un lío? No peor que el que tenemos. ¿Qué sólo lo pide Esperanza Aguirre? Lo pide Europa y la mayoría de los españoles. ¿Qué no queremos hacerlo? Nos lo harán. Si no queremos una vida de parias. Para evitar ésta, hay que acabar con la resistencia del ingenio ovino.
Hermann Tertsch, ABC, 31/7/12