Ignacio Camacho-Abc

  • El Gobierno no va a caer de inmediato. La cuestión es cuánto tiempo se puede dirigir un país a base de escándalo diario

En tiempos de la vieja política, la del bipartidismo, las mayorías absolutas y demás denostados ‘defectos’ del sistema, en los últimos días del año las Cortes solían aprobar los Presupuestos para que entrasen en vigor el 1 de enero, y cuando eso no ocurría era costumbre que el presidente convocara elecciones tras disolver el Parlamento. Ahora la clave de la legislatura está en los tribunales y apenas es noticia que la oposición tumbe una vez tras otra los proyectos legislativos del Gobierno. La Semana de Pasión del sanchismo se ha adelantado a Adviento. Begoña Gómez ha declarado en la plaza de Castilla; Aldama, Ábalos y Koldo lo han hecho en el Supremo; el Congreso ha rechazado el impuesto energético y la Guardia Civil que investiga al fiscal general ha encontrado vacías –léase borradas, misterio, misterio– las aplicaciones de mensajería de su teléfono. Si en este clima de sospechas y escándalos se puede dirigir un país que baje Dios a verlo.

Lo que sí ha podido leer la UCO son los whatsapps de Juan Lobato sobre el expediente fiscal del novio de la presidenta madrileña. Y resulta que media Moncloa conocía el documento antes de que se publicara en la prensa, detalle que refuerza la idea de que la Fiscalía incumplió el deber de custodia de una información secreta. Más: la exministra Maroto quedó ayer en flagrante evidencia tras leer en ‘El Confidencial’ los mensajes con Aldama que había negado en la víspera con esa energía ingenua que los dirigentes socialistas despliegan, en un raro ejercicio de desdén por las pruebas, cuando se empeñan en refutar revelaciones ciertas. Delitos no se sabe si habrá hasta que se pronuncien los jueces, pero mentiras y ocultaciones están brotando a espuertas. Y no parece difícil conjeturar que van a continuar en cuanto acabe la tregua navideña. Más que un ‘invierno del descontento’, como se llamó aquella época de las huelgas inglesas, al Ejecutivo le espera un ‘invierno de la vergüenza’.

Lo cual no significa que vaya a caer, al menos de inmediato. Las zancadillas de los socios forman parte de una estrategia de negociación para multiplicar el precio de su respaldo, y si lo logran es probable que sigan mirando para otro lado por muchos indicios de corrupción que salten a diario. Iglesias y Puigdemont quieren a Sánchez entregado de pies y manos para volver a pintar algo, y sólo lo dejarán hundirse si atisban opciones verosímiles de recuperar terreno en unos comicios adelantados. La resistencia gubernamental depende de sus posibilidades de recomponer el cuarteado bloque parlamentario y de ir esquivando las bombas de racimo que estallan en los juzgados. El panorama recuerda mucho al del final del felipismo, pero conviene recordar que aquel González cercado aguantó tres años y al cabo aún estuvo en un tris de revalidar otro mandato. Y que la derecha tiene una triste y larga experiencia en gatillazos.