Miquel Giménez-Vozpópuli
Torra ha decidido incorporar la asignatura de religión islámica en los centros de educación públicos. Alá és gran
Durante años hemos escuchado en Cataluña a la izquierda maniquí hablar pestes de los curas, de las monjas y, ya puestos, de Dios Padre Omnipotente. A los del socialismo de mariscada les salían sarpullidos al ver una procesión de Semana Santa – “Claro, son andaluces”, escuché decir en cierta ocasión a un político del PSC, hijo de jienense y sevillana – y ya ni les cuento si hablabas del Cristo de la Buena Muerte y de como la Legión lo venera, con devoción y cariño, por esa calle Larios de mi Málaga querida, cantaora y perchelera.
No es que fueran agnósticos, ateos, protestantes o budistas, qué va, el odio a lo católico les venía porque eran imbéciles. Y eso que todos los dirigentes pijoprogres han sido alumnos de escuelas religiosas, se han casado por la iglesia, han bautizado a sus hijos e incluso acuden a misa de tanto en cuando. Insisto, no son volterianos empedernidos porque para ser volteriano primero hay que saber quién es Voltaire y después, leerlo. Es pedir mucho a una panda de ignaros que funcionan a base de consignas, frasecitas estilo Coelho y bilis de mal fornicados.
Ahora, el gobierno de Torra publica este miércoles en el Diari Oficial de la Generalitat un plan piloto destinado a que la religión islámica se imparta en centros públicos. Vaya por Dios, perdón, por Alá. ¿Y qué argumentan tan doctos gobernantes? Pues que la comunidad musulmana, demográficamente hablando, es notable en Cataluña. Y sí, es cierto, en 2018 ya eran más de medio millón de nous catalans. Lo singular es que nadie entre esa supuesta izquierda haya dicho ni mú, empezando por el propio conseller d’Ensenyament, Josep Bargalló, de Esquerra. ¿En el partido del helado todos los jueves les parece bien que en la enseñanza pública, insistimos, se den clases de religión islámica? A las CUP, que defienden que la iglesia que mejor ilumina es la que arde, a los Comuns o ese PSC siempre tan dicharachero y bailongo ¿les caerá bien esa medida? Claro que sí. Están encantados de llevar en sus listas a señoras con velo y a negarle el pan y la sal a lo católico, sospechando de facherío acerca de quien se declara así públicamente.
Te sueltan que hay que abolir las clases, mientras defienden sistemas como el islámico, una teocracia en la que si discrepas te juegas la vida
Ustedes se preguntarán cómo compadecen todo eso con su discurso feminista radical, con su progresismo a ultranza y con esa torpe pero eficaz idea que venden acerca de la igualdad. Muy fácil, no lo hacen. Te dicen que puedes llevar velo y caminar cinco pasos detrás de tu marido y, a la par, vociferan que tu coño es quien decide, así, como suena. Te sueltan que hay que abolir las clases, mientras defienden sistemas como el islámico, una teocracia en la que si discrepas te juegas la vida; digo más, si enseñas el pelo por ser mujer o si eres homosexual, cascas, lo que no deja de ser gracioso en el caso del PSC.
Dicen querer un sistema educativo libre e igualitario para todos los alumnos, pero dan permiso a las chiquillas de fe musulmana para que se bañen vestidas en las piscinas aparte del resto de sus compañeros, aguantan carros y carretas de los padres de estas que acuden a diario a protestar por esto y por aquello, y cierran los ojos ante las txarmilas que pululan alrededor de sus centros. “Cosas de la multiculturalidad”, aseguran cínicamente. No. Cultivan ese sector de población porque les interesa electoralmente. Saben que no hay nadie más agradecido que alguien que te debe la casa, la paguita, el colegio de tus hijos. Servidor, que ha vivido un ratito en algún que otro país árabe, que se ha leído el Corán y que cree en Dios, les asegura que el musulmán de verdad no es así. A mi hermano Salem, cocinero y sufí, Alá le proteja, pero él es más grande, fueron a pedirle apoyo para instalar una mezquita donde vivimos ambos. Les dijo “Lo que hace falta es un comedor social. El que quiera rezar, que lo haga en su casa”. ¡Allah alruhmun alrahim ‘akhi!
Yo también lo hago, aunque a veces vaya a ver a mi Cristo de Lepanto. Lo miro y le pregunto por qué en Marruecos, Irán, Túnez o Turquía el cristianismo no se enseña en las escuelas, es imposible abrir una iglesia y el mensaje de Cristo está proscrito prácticamente. No me contesta, pero sé la respuesta con solo mirarlo clavado en la cruz.
Y ahora ya pueden llamarme xenófobo.