Miquel Giménez-Vozpópuli
- Existe una batalla cultural y también una batalla, a secas. Ambas las estamos perdiendo
En Francia es decapitado un profesor por haber enseñado caricaturas de Mahoma en clase. Al día siguiente, en Londres, un islamista arranca la cruz de una iglesia. ¿Han visto que se haya organizado un movimiento internacional estilo Black Lives Matter? ¿Han visto a deportistas, actores, personalidades de la vida cultural del mundo árabe arrodillarse y pedir perdón? No, porque al mundialismo no le interesa poner en evidencia que una de sus partes más significativas comete las barbaridades de las que acusan a nuestro sistema político.
Es occidente quien debe pasarse la vida postrado, implorando perdón por ser racista, violento, genocida, machista, depredador social. Si usted discrepa y señala que en el mundo islámico se te discrimina por ser blanco, por ser cristiano – ahí te juegas la vida en no pocos países -, por acusar a los imanes de matar a mujeres por no llevar oculto el pelo o a los homosexuales por el simple hecho de serlo, por entender que solo la Sharía es la única manera de gobernar, que solo puede mandar el hombre, que la riqueza debe estar en manos del emir y el resto ha de vivir resignado porqué esa es la voluntad de Alá, que Irán retrocedió siglos cuando la teocracia de los ayatolás se impuso, que el rey de Marruecos se considera heredero del trono del Profeta o que la mayoría de nuestra inmigración proviene de esos, en teoría, paraísos musulmanes, le van a acusar de racista como poco.
La hipocresía de la izquierda es enorme y suicida, porque a ellos también los colgarían de los pulgares y les suministrarían una serie de latigazos por ser infieles. De las feministas de boquilla, pancarta y subvención excuso hablar, así como de la comunidad LGTB, que no quieren darse cuenta de que viven en la parte de mundo más progresista en lo que respecta a reconocer el derecho a la diferencia. Que la muerte de Floyd fue una auténtica desgracia es tan cierto como que la del profesor decapitado en Francia es igual de horrorosa. Una, a manos de la policía, la otra, a manos de un particular, ambas, a manos de personas sin la menor humanidad ni respeto a la vida ajena. Una diferencia hay: en la primera existe casualidad mientras que en la segunda la causalidad es absoluta y premeditada. Pero, entonces, ¿quién dio carta blanca al integrismo islamista? ¿Por qué no despierta la “conciencia” social de esos poderosos grupos mundialistas? ¿Hay alguna diferencia en que las víctimas sean de este color o del otro, de esta religión o de aquella, de este hemisferio o del de más allá?
Claro que sí. Las democracias occidentales están siendo atacadas desde dentro por elementos que se aprovechan de la libertad existente en ellas para hacer su labor de zapa constante, destructiva e irreparable. Es un problema común a todo occidente que, en España, se considera tabú entre políticos. Sería muy sencillo: a quien delinque, se le aplica la ley sea de donde sea. Cuando en un barrio los vecinos salen a la calle hartos de robos y acusan a un centro de menas, habrá que ver qué es lo que ocurre y no limitarse a lanzar la frasecita de fachas. Cuando se produce una violación en masa y los integrantes son de procedencia árabe, habrá que darle credibilidad a la víctima.
Yo te creo, hermana, ¿o aquí no procede? Cuando un imán predica la yihad, hay que actuar legalmente. Me daría lo mismo que lo hicieran los judíos, los militares, mi familia o la banda municipal de Fresnedillas. Quien comete un delito ha de ser detenido, acusado y, caso de ser culpable, sentenciado. Estamos hasta las gónadas de escuchar el sonsonete progre chorra de que estas son sus costumbres, su manera de ver la vida, que no hay que estigmatizar a ningún colectivo o barbaridades de ese calibre. Miren, esto es Europa, y aquí existe una cosa que se llaman derechos humanos. Si somos buenos para que gente de fuera venga, trabaje, prospere y se beneficie de nuestro sistema, perfecto; los que vienen a infiltrarse, a parasitar y a destrozar nuestra menara de entender la convivencia, que se vayan.
Ese ir por la vida diciendo que no pasa nada, al más puro estilo Chamberlain, le costó al mundo una guerra devastadora. Sería menester que los abajo firmantes oficiales empezasen a darse cuenta de que ellos también son unos kafir, unos infieles, para quienes nos consideran poco menos que elementos a exterminar. Del cóctel resultante de mezclar a Floyd, el islamismo y Chamberlain solo puede salir una cosa: la dictadura religiosa, quizás la más repugnante de todas porque pretende basarse en Dios.