Lo que llama la atención en los dirigentes menestrales del PP es la insistencia, la rara fijación que manifiestan por los coches y ese llover sobre mojado, que el sustituto de Costa peque de las mismas relaciones de amistad que él y el propio Camps mantenían con el tipo inadecuado.
Parece que el sustituto de Ricardo Costa en la secretaría general de los populares valencianos también había incurrido en la amistad de Álvaro Pérez para comprarse un Jaguar. No es el mismo caso que el del tantas veces ex Sepúlveda. A éste lo llevó de la mano Correa, que compró el coche y lo puso a nombre de su beneficiario. Lo de Antonio Clemente, que tal es la gracia de nuestro hombre, fue otra cosa: hacerse acompañar del hombre Gürtel en Valencia para conseguir un descuento que rondó los 3.500 euros, el 5,73% sobre el precio total del auto.
Cualquiera que vaya a comprarse un coche de ese precio obtendrá un descuento bastante mayor sin necesidad de padrinazgo. Tampoco es privativo del partido de la oposición. Los socialistas de la camada Pajín no se acordarán, pero justo 15 años antes de que Antonio Clemente se mercara el Jaguar, un antecesor de Madina como secretario general del Grupo Socialista, José María Mohedano, tenía que dimitir precisamente por un Jaguar.
Lo que llama la atención en los dirigentes menestrales del PP es la insistencia, la rara fijación que manifiestan por los coches y ese llover sobre mojado, que el sustituto de Costa peque de las mismas relaciones de amistad que él y el propio Camps mantenían con el tipo inadecuado.
Tiene que haber algo psicoanalítico en el tema. En el semidesarrollismo franquista, el coche era el tótem de una sociedad que empezaba a viajar en familia los fines de semana, el regalo por antonomasia en el programa estelar de la tele, Un, dos, tres, responda otra vez. La pareja que ganaba el Seat 124 mostraba un contento mayor que si le hubiera tocado el apartamento de Torrevieja, que era otro premio clásico.
Es comprensible que los espectadores jóvenes de aquel concurso sigan con una querencia por el coche, pero, ¿por qué el Jaguar? Cualquier psicoanalista diría que los felinos son una representación muy aparente para las fantasías masculinas. Lo decía el personaje de Woody Allen al hablar de sí mismo al comienzo de Manhattan: «Era tan duro y romántico como la ciudad a la que amaba. Detrás de sus gafas de montura negra se agazapaba la potencia sexual de un Jaguar». En la misma película, Allen relaciona la sexualidad femenina con un animal doméstico, el perro. Mary, el personaje que interpreta Diane Keaton, le dice que tiene un Dachshund: «Para mí es un sustitutivo del pene, ¿sabes?», a lo que Ike/ Allen replica desconfiado: «En tu caso creo que te iría mejor un Gran Danés».
El Jaguar es ágil y agresivo, mientras el perro es apacible y leal. El Jaguar era un símbolo de la fuerza y el poder entre los mayas. Lo del tamaño que introduce Woody Allen es un factor secundario. En una película británica de los años 80, Sexo no, por favor, somos británicos, la madame de un prostíbulo especializado en servicios no convencionales, animaba a una pupila con un cliente fácil: «Ya sabes, hija, coche grande, polla pequeña». Por si acaso, y en la duda, les confesaré que me he comprado un cuatro por cuatro, y que Zapatero y Al Gore me perdonen, que yo creo que sí lo harán, porque también lo he hecho con intención de estimular la economía.
Santiago González, EL MUNDO, 29/1/2010