Pedro G. Cuartango, EL MUNDO 23/11/12
La idea básica de todo nacionalismo es que los seres humanos forman parte de un grupo particular que les confiere una naturaleza distinta a los otros. Es decir, que pertenecen a un clan, sea por lazos de sangre, históricos, lingüísticos o culturales.
Esta pertenencia al clan implica la aceptación de unos valores propios que prevalecen sobre los de quienes no están dentro de esa comunión. Pero esos valores, como subraya Isaiah Berlin, carecen de pretensión de verdad o universalidad. Adquieren virtualidad por el hecho de ser simplemente «los nuestros». Aquel que no los asuma queda excomulgado de la comunidad. En la Alemania nazi, se obligó a todos los maestros, jueces y funcionarios a jurar lealtad al Führer como encarnación de los valores de la nación.
Pero la primera condición para que un nacionalismo pueda encontrar apoyo social es la existencia de un enemigo externo. Tiene que haber previamente una sensación de agravio, de dignidad herida que, si no existe, hay que inventarla como hizo Hitler con los judíos o Stalin en los procesos de Moscú.
Al igual que Hegel descubre que el yo necesita del otro para tomar conciencia de sí, el nacionalismo sólo puede desarrollarse si tiene un antagonista externo. La negación del otro para afirmar la entidad propia es la filosofía esencial del nacionalismo. Por eso, Artur Mas necesita presentar en su discurso a Cataluña como una víctima de España.
Pero al igual que requiere un enemigo para cohesionar a «los suyos», el nacionalismo exige una adhesión simétrica entre los miembros del clan, que deben anteponer siempre sus lazos solidarios sobre cualquier anhelo de justicia o solidaridad. Ello lleva a los nacionalistas a preferir una dictadura propia, aunque sea brutal y arbitraria, a una democracia universal, ajena a sus valores sentimentales.
No se entenderá nada de lo que está pasando en Cataluña si no se reflexiona sobre la perversidad intrínseca del nacionalismo, que no es una ideología sino un conjunto de creencias, basadas en los sentimientos. Apelar a un voto razonable en Cataluña está condenado al fracaso porque los nacionalistas desprecian los valores éticos y políticos sobre los que se asienta la cultura europea. Artur Mas no quiere construir una nación, quiere ser el jefe de una tribu.
Pedro G. Cuartango, EL MUNDO 23/11/12