LIBERTAD DIGITAL 24/12/16 – IÑAKI ARTETA
· A nuestro estado social actual, ausente de violencia asesina, se le está llamando normalidad. A nada que uno dedique un cuarto de hora de atención a esta parte del norte de España, decir que la situación es de normalidad chirría.
Hace unas semanas presenté en Madrid mi última película documental Contra la impunidad. Hacía frío esa tarde y antes de ir al cine me puse debajo de la chaqueta un jersey gris oscuro. Recuerdo perfectamente haberlo estrenado en la presentación de mi primera película con temática comprometida, Sin Libertad, en Bilbao en diciembre de 2001.
A cierta edad, y si uno no varía mucho de talla, la ropa puede durar casi eternamente si la cuidas un poco. Así que ahí estaba yo, estrenando una película en 2016 con un viejo jersey que me evocaba un momento similar de hace 15 años. A lo largo de estos años he dejado por el camino una serie de películas que, como el jersey, tengo la sensación de que aún sirven a día de hoy. Pero no sólo como huellas de algo que pasó, sino como llamada a la reflexión en un momento como el actual en el que se repite la palabra «normalidad» como resumen eficaz del estado de las cosas en este País Vasco post-ETA.
Ciertos autores creamos obras que son como espejos en los que la gente corriente debe mirarse aunque incomode. Estos espejos están permanentemente ante nosotros esperando que nos situemos delante para descubrirnos algo sobre nosotros mismos, sobre nuestro propio tiempo pasado. El papel del arte es obligar al público a mirarse en ese espejo para que vean en él cosas que ya saben pero que les asustan o de las que les cuesta demasiado hablar porque no se encuentran las palabras adecuadas.
Ahora, a nuestro estado social actual ausente de violencia asesina se le está llamando normalidad, un estado en el que abunda el silencio de siempre.
Todos tenemos dos copias de cada uno de los genes, uno que heredamos de la madre y otro del padre. A la combinación de genes que hemos heredado se le denomina genotipo, mientras que el fenotipo es el conjunto de caracteres visibles que un individuo presenta como resultado de la interacción entre su genotipo y el medio ambiente. Tras vivir medio siglo bajo el estigma del miedo y el silencio, ese silencio ambiental ha debido penetrar en nuestra genética.
La normalidad exportada como concepto tranquilizador para el resto de nuestros compatriotas oculta parecidos fantasmas a los de hace 15 años. En la universidad pública los radicales han boicoteado las últimas elecciones a rector con duros enfrentamientos contra la Ertzaintza, en los que ésta ha salido peor parada que los estudiantes. Las agresiones de Alsasua llaman la atención debajo de nuestras fronteras, pero aquí todos sabemos qué tipo de gente vive en nuestros pueblos y qué es lo que entienden por reconciliación. Pueblos y universidad ocupados por elementos radicales son el ambiente normalizado.
Como normales vienen siendo las ya tradicionales actitudes de deslealtad y ambigüedad del nacionalismo con el «Estado», sus reverencias a la monarquía en Bilbao la víspera de un nuevo desplante en Madrid, su aparente y sobrevalorada racionalidad política actual combinada con el apoyo explícito a los radicales catalanes encausados por desacato o con la pasividad por el detalle de que se rompa una foto del Rey en una tertulia de la ETB. La suerte siempre sonríe al nacionalismo que ahora es cortejado por los partidos «españoles» tanto en su Autonomía como desde el Gobierno central. Mientras, la presencia española en la CAV se desvanece cada día y el despropósito de la normalización lingüística es, a pesar de haberse descubierto su efecto contraproducente en el informe PISA, imparable.
Mi vecino no tiene problema alguno en exhibir su cercanía con los terroristas encarcelados colgando una banderita alusiva en su balcón y dentro de unas semanas se paseará por las calles de Bilbao rodeado de miles de hooligans como él exigiendo medidas de gracia para sus asesinos mientras en las aceras el resto mira escaparates.
A nada que uno dedique un cuarto de hora de atención a esta parte del norte de España, decir que la situación es de normalidad chirría. Decir que permanece el odio que empujó a unos a matar puede parecer exagerado pero no es así, basta leer en el diario DEIA los comentarios a la noticia acerca del tertuliano que ayer rompió una foto del Rey en un programa de la ETB.
Se está manejando un guión común, una serie de mentiras que los más y los menos radicales se están contando a sí mismos e intentando imponer a los demás. Cuando el nacionalismo tiene poder para dictar la ley, la dicta por todas partes, también en los colegios, la cultura y los medios. Desde hace 40 años, esta sociedad produce en cadena individuos sin cultura, sin memoria, sin coraje ni espíritu crítico. Los gobiernos españoles de derecha o izquierda son igualmente responsables de este pasotismo generalizado.
Creo que el arte allana el camino para el activismo porque posibilita el debate sobre los problemas y éste es el paso previo para que la sociedad los aborde. He pasado estos últimos 15 años viendo recurrentemente mis películas y compruebo cómo los aspectos fundamentales de denuncia no han variado en todo este tiempo. Mantener el odio va a ser lo normal. Y yo con el mismo jersey.