Gregorio Morán-Vozpópuli

Lo importamos de una película dirigida por Nicholas Ray en 1955, donde brillaba James Dean con ese fulgor de adolescente hartito de todo en una sociedad -Los Angeles- donde no bastaba con ser rico de cuna sino que se necesitaba una personalidad. Rebelde sin causa vino a caer en una época donde había muchas razones en España para rebelarse sin necesidad de enamorar a Natalie Wood. Nos dejó una huella que con el tiempo habría de convertirse en expresión definitoria de la irresponsabilidad adolescente, “el juego del gallina”. Un reto entre descerebrados que conducen sus vistosos coches hacia el abismo en la esperanza de que uno de ellos, el cobarde, el gallina, sepa parar a tiempo antes de que el miedo a morir use el freno para no despeñarse.

Aquí no se trata de rebeldes sin causa, ni de adolescentes, ni de ansiosos espectadores y menos aún de Los Ángeles en sus años de esplendor. Nuestra versión hispana se reduce a dos personajes que llevan su vehículo hasta el borde del barranco pero que saltan a tiempo antes de despeñarse. Lo llamativo de esta parodia del juego del gallina consiste en que ningún espectador sabe dónde está el límite aunque sí el pozo que deben evitar. Perder el poder. Uno se juega la presidencia del gobierno, el otro su desaparición como líder en Cataluña.

El espectáculo está pues entre papeles -las reiteradas cuestiones técnicas-, que no son más que el modo de pergeñar un documento que conceda seguridad a las partes para disimular la trampa y de paso facilitar la tarea de los justificadores habituales de esos falsos retadores. Es obligado por tanto prepararlo bien para acicalar los efectos colaterales. Sumar, los nacionalistas vascos y los catalanes y los gallegos y los canarios si se prestan, han de tener los flancos cubiertos. Hay que firmar el pacto sin testigos pero en la consciencia de que lo suyo se va a cumplir. Como mínimo un párrafo a cada uno, al que puedan agarrarse sin caer por el agujero que han evitado los dos gallinas. Al fin y al cabo, los coches que se estrellan son nuestros y ellos no están dispuestos a pagar los gastos.

Se han burlado de tal modo de la siempre tortuosa dignidad de la política que un fenómeno marginal en el ámbito ciudadano como es la ultraderecha, lo han convertido en viral

Se han burlado de tal modo de la siempre tortuosa dignidad de la política que un fenómeno marginal en el ámbito ciudadano como es la ultraderecha, lo han convertido en viral y se regodean repitiendo imágenes de personajes salidos del pozo que sacan pecho ante las cámaras y ni siquiera disimulan. Los servicios de información del poder, que podrían ponerles nombres a cada uno, disfrutan como niños que rompen sus juguetes porque saben que sus progenitores y las tías abuelas se los repondrán cuando vuelvan a pedirlos. Nos manejamos en un mundo de estafadores de la comunicación y eso hay que cubrirlo desde el único sitio de donde salen los dineros, del poder central o autonómico. Como si alguien hubiera gritado en las cloacas, ¡chicos, barra libre! Los que vivimos situaciones parejas en Cataluña sabemos cómo se hace y cómo se invierte para gastos extraordinarios. Lo de menos es el disfraz, lo que importa es el efecto, el momento y el seleccionador de imágenes.

No hay reflexión más concluyente que la pronunciada por el presidente en funciones –repetimos “en funciones” no sé si por hábito o por miedo– durante su visita a la sede del PSOE en Ferraz amenazada por los vándalos con su toque chic de Esperanza Aguirre, degustadora de cuanta delicatessen de sabores oscuros se le ponga delante. (De antaño tengo la convicción de que es uno de esos políticos que cuando te dan una patada en la boca asegurará que estás exagerando porque ella trataba de arreglarte la dentadura). Pedro Sánchez llevó ánimo a los asustados funcionarios de la sede central del partido y lo hizo con el mejor bálsamo que en estos tiempos inciertos te puede venir de un jefe: voy a formar gobierno y estaréis cuatro años más. O lo que es lo mismo, prolongo vuestros contratos lo que me dure la legislatura. Aplausos, qué menos.

Conocemos la magnitud del barranco pero sin ninguna posibilidad de saber hasta dónde va a llegar ese pacto entre truhanes

El juego del gallina se ha parado en el borde, se desprendieron de los cacharros y firmaron un papel del que conocemos cuatro páginas. Lo que venga luego nadie lo sabe, se quedó colgado al borde después de tantos días acercándose a él. Un misterio. Conocemos la magnitud del barranco pero sin ninguna posibilidad de saber hasta dónde va a llegar ese pacto entre truhanes. Habrá de ser el rozamiento con la realidad el que marque caminos y tiempos. Causa cerrada. Cabe calcular sin ponerle tremendismo alguno que vamos a vivir semanas inenarrables. Un gobierno de progreso que los primeros en no creérselo son los propios progresistas institucionales. El poder es lo que importa. Mejor nosotros que la derecha. Un lema que evoca al Doberman televisivo de otra época que disfrazaba el muro agrietado y corrupto. Todo menos ir a elecciones. Curioso cómo la izquierda institucional del momento le tiene miedo a las urnas; algo más que una deriva inquietante la de considerar que las papeletas las carga el Diablo, que es de derechas. Sólo Dios y sus Ángeles Custodios son progresistas institucionales. La fe ha vuelto a la política después de enseñorearse con el fútbol.

La guerra de posiciones es antigua en el arte de combate pero se hizo contemporánea gracias a las batallas de información-manipulación, en las que hemos dado un salto que alcanza hasta la inteligencia, que no por nada se denomina “inteligencia artificial” para diferenciarla de la otra más común y que a los magos les resulta una antigualla. Que un tipo como Santos Cerdán, oscuro funcionario del partido y del estado, ascendido por exclusión, sea quien represente al futuro gobierno de progreso institucional es como para pararse a pensar. Nadie había reparado en él con su honorífico cargo de secretario de Organización del PSOE. Suena a tradicional decir que nunca habíamos caído tan bajo, porque precedentes haylos.

Lo que tiene de sorprendente quizá se reduzca a una obviedad: los machitos que aceleran el coche hasta el borde del barranco saben que lo único importante es sobrevivir al percance. Ya vendrán luego los pífanos y atambores que achiquen ese sordo rumor que alcanza a la ciudadanía y que está llegando demasiado lejos para una sociedad con una democracia frágil. Los truquistas del juego del gallina se han pasado al circo integral. Son funambulistas que llaman al cable por el que se deslizan “nueva etapa histórica”.