Luis Algorri-Vozpópuli

  • Un servidor público no puede comenzar una nueva etapa en su vida con una mentira. Por idiota que sea la mentira. Eso desinfla al más optimista. Mintió y mintió. Illa mintió.

Le birlo el título de este artículo a mi querido Lluís Maria Todó, grandísimo escritor (ganó el premio Josep Pla en 2006) que, hace ya muchos años, escribió una novela deliciosa que se llamaba así. No quiero destripar nada, pero en aquella novela ilustrada y de cortes casi dieciochescos, un poco al estilo de Pierre Choderlos de Laclos, el lector acababa por descubrir que nadie, o casi nadie, decía la verdad.

Pues eso mismo es lo que pasa ahora. El 29 de diciembre pasado, el periodista Igor Gómez Maneiro, del programa La hora de la 1 (TVE) le preguntaba en directo al ministro de Sanidad, Salvador Illa, si era verdad lo que se decía, que iba a dejar el Ministerio para ser el candidato socialista a la Generalitat de Cataluña, cuyas elecciones se celebrarán (muy probablemente) el próximo 14 de febrero.

Y el ministro Illa dijo que no. Que el candidato del PSC sería Miquel Iceta. Yo lo vi. Y me lo creí. Primero, porque el ministro Illa me parecía un hombre honrado del que se puede uno fiar, como ha demostrado –a pesar de los inevitables errores– durante la pandemia. Y segundo porque el lenguaje no verbal del ministro al contestar a la pregunta era impecable. Ni un músculo de la cara movía el caballero. Ni un esbozo de sonrisa. Ni un parpadeo, ni un temblor, nada. Con la voz perfectamente tranquila, con la cara de serena nobleza que tiene Abraham Lincoln en su estatua del monte Rushmore, Salvador Illa dijo que él no sería candidato, que el “elegido” era Iceta.

Dos veces más, ¡dos veces más! le repitió Igor Gómez la pregunta, con unas u otras palabras. Y el señor ministro negó la segunda, impávido y flemático. Y negó la tercera vez, como san Pedro, pero con muchísimos menos nervios que san Pedro, porque seguía imperturbable, con el rostro serio como los que suelen aparecer en las monedas de dos euros. Así que me lo creí, cómo no me lo iba a creer. Si lo decía Salvador Illa, que es persona honrada, y encima lo decía con aquella cara limpia y sosegada, pues cómo no te lo ibas a creer.

Illa lo sabía. Lo sabía, lo sabía, lo sabía. Y lo negó. Es decir, mintió. Y mintió, desde el punto de vista técnico, estupendamente, porque no había forma de descubrir, de adivinar que estaba mintiendo

Pues era mentira. Salvador Illa sabía perfectamente, cuando contestó a esa pregunta tres veces repetida, que el candidato iba a ser él y que el bueno de Iceta vería premiadas su lealtad y su generosidad con un Ministerio en Madrid. Illa lo sabía. Lo sabía, lo sabía, lo sabía. Y lo negó. Es decir, mintió. Y mintió, desde el punto de vista técnico, estupendamente, porque no había forma de descubrir, de adivinar, de suponer siquiera, que estaba mintiendo. Pero mentía.

Primera pregunta: ¿Podría no haber mentido? La operación de cambio del Gobierno y la designación del candidato socialista a la Generalitat se estaba llevando en el mayor de los secretos, eso es cierto. Pero no es nada difícil escamotear la verdad sin mentir. Salvador Illa, que estudió Filosofía, sabe muy bien lo que es la reserva mental. Podría haber salido del trance diciendo, sencillamente, que eso eran especulaciones. Porque todavía lo eran. Podría haber resuelto el envite un poco a la gallega, con un “¿Y por qué me lo pregunta?” O todavía mejor, podría haber reñido al periodista (eso es lo que hacen muchos políticos cuando no quieren contestar a algo) diciéndole que parece mentira, muchacho, ¡con el número de los contagios y los muertos creciendo otra vez, y tú me preguntas por esa tontería! O podría haber recurrido al socorridísimo “sin comentarios”.

Pero no lo hizo. Mintió. Sencillamente, mintió.

Segunda pregunta: ¿Tiene verdadera importancia la mentira del ministro Illa? Pues yo creo que sí la tiene. Veamos por qué.

El PP reclamaba su dimisión

Si dejamos aparte a Pablo Iglesias, Salvador Illa es el ministro más conocido del Gobierno, obviamente a causa de la pandemia. Y el mejor valorado también. Por los ciudadanos y por los votantes de todos los partidos, quizá con la excepción de los neofranquistas abascalínidos, que esos piensan lo que se les manda y no rechistan. El número de seguidores del PP que aprueban la gestión de Illa durante estos terribles meses se ha duplicado (calladamente) desde marzo hasta hoy. El número de veces que la dirección del PP ha exigido la dimisión de Illa es demasiado crecido como para calcularlo ahora; es evidente que intentaban erosionar al Gobierno, que es lo único que les interesa y a lo único que se dedican, no hacen nada más. Prueba evidente de que Illa les parecía demasiado bueno como para no empeñarse en desacreditarlo, que es lo que hacen, por ejemplo, los secesionistas con el Rey.

El voto de Ciudadanos

El PSOE, que encarga y maneja encuestas reservadas constantemente (también lo hacen otros partidos, como es natural), sabe desde hace mucho tiempo que Salvador Illa sí podría alcanzar una mayoría de gobierno que descepase o desclavase a los indepes del gobierno autonómico catalán, del que tanto dinero sacan. Porque se llevaría votos no solo de la liquidación por derribo de Ciudadanos (las encuestas les vaticinan la pérdida de la mitad de sus sufragios, como mínimo) sino también de no pocos independentistas, que están hartos ya de correr detrás de un sueño postadolescente hecho de banderas, de himnos y de soflamas patióticas… para nada, porque no consiguen nada y cada vez se llevan peor entre ellos. Es decir, que Illa es del chico de moda. Es el as de corazones. Ha ilusionado, o al menos interesado, a muchísimos ciudadanos.

Por eso es tan lamentable que haya mentido. En el momento de mayor descrédito de la clase política desde los tiempos de Franco, un servidor público no puede comenzar una nueva etapa en su vida con una mentira. Por idiota que sea la mentira, como es el caso. Eso desinfla al más optimista. Eso contribuye aún más al desapego de los ciudadanos hacia sus representantes elegidos. Eso le hace el caldo gordo a los populistas, que mienten más que nadie, pero no dejan de vocear cada vez que uno de sus “enemigos” la caga, como ha ocurrido.

Para eso ya estaban todos los demás, que llevan toda la vida jugando al juego del mentiroso, que piensan que mentir es lícito si se hace por una buena causa

Illa se ha comportado como un político “de partido”, como uno de tantos, capaces de mentir y de vender a su santa madre y de apuñalar a sus “compañeros” más queridos por subir un peldaño en el escalafón del organigrama. Eso no se hace, señor ministro. Para eso ya estaban todos los demás, que llevan toda la vida jugando al juego del mentiroso, que piensan que mentir es lícito si se hace por una buena causa. Y eso es la destrucción del sistema, que debería basarse en la ética. Usted parecía otra cosa. Y no lo es.

Estúpida e innecesaria

Con la confianza en alguien pasa como con el amor y como con los jarrones de cristal: una vez que se rompe, no hay forma de volver a pegarla sin que se note el destrozo. Ahora muchísima gente estará pensando lo mismo que yo: ¿Y en qué más nos ha mentido Salvador Illa? ¿Y en qué más nos mentirá? ¿Y en nombre de qué sagrados principios o causas o intereses creados?

Ojalá tenga suerte en su nueva aventura, señor Illa. Puede usted hacer muchas cosas, y muy buenas, por Cataluña. Pero empezar con una mentira no le va a ayudar en absoluto. Todo lo contrario. Y más cuando esa mentira estúpida se iba a destripar en dos días. Fue una mentira innecesaria, de niño pequeño, sí. Pero una mentira. Si yo votase en Cataluña, no lo haría por usted. Si hay algo que no soporto en esta vida es que me mientan. Porque quien miente no se limita a ocultar la verdad; lo que en realidad hace es despreciar, insultar a la inteligencia del destinatario de su mentira. Que, en este caso, somos muchísimos. Y eso sí que no.