Editorial-El Correo
- La persistencia de los ataques de Rusia a Ucrania complica que pueda formalizarse un encuentro mínimamente esperanzador
El futuro de Ucrania podría empezar a despejarse esta semana, pero sus principales protagonistas no acaban de compartir el guion de una posible negociación. Vladímir Putin ha emplazado al Gobierno ucraniano a iniciar conversaciones directas el próximo jueves bajo los auspicios del régimen de Erdogan, mientras que Volodímir Zelenski asegura que ese día esperará en persona al autócrata ruso en Turquía. Siempre que se dé paso a un alto el fuego completo y duradero desde ya mismo. Una tregua de treinta días respaldada por Friedrich Merz, Keir Starmer, Emmanuel Macron y Donald Tusk, después de citarse con Zelenski en Kiev. Los líderes europeos exigen al Kremlin el fin de las hostilidades bajo la advertencia de nuevas sanciones por parte de la UE y de Reino Unido. Y Donald Trump urge públicamente a Ucrania a que atienda el llamamiento de Moscú.
Pero ni el mensaje de Putin al término del gran desfile del Día de la Victoria suponía que tuviese intenciones de sentarse cara a cara con Zelenski, ni su propósito inmediato era renunciar a los ataques que diariamente lanza contra las defensas, las infraestructuras y la población ucraniana. Como hizo en la misma noche de la propuesta de conversaciones con el lanzamiento de 108 drones militares. En tales circunstancias, no es fácil que pueda formalizarse un encuentro mínimamente esperanzador entre delegaciones de Rusia y de Ucrania en Turquía. Con el riesgo añadido de que el engaño resultante por parte del Kremlin perpetúe la agresión y agrave la amenaza a toda Europa.
Donde Moscú dice querer abrir conversaciones pero sin condiciones -como las de un alto el fuego previo-, Putin puede promover en realidad un juego perverso: no solo negociar sobre la base de los territorios arrebatados hasta la fecha a Ucrania, sino sumar también aquellos otros enclaves de los que pudiera apoderarse militarmente durante las conversaciones. Buscaría así el aval del país agredido, a través de la presión que ejerza la Administración Trump sobre Kiev, dando por descontada la claudicación ucraniana. Lo que a su vez conduciría a conceder carta de naturaleza al expansionismo panruso a partir de la presunción de que la existencia de Rusia depende de que los países fronterizos con ella no estén legitimados para considerarse soberanos. Ni territorialmente íntegros, ni libres de establecer alianzas en torno a principios democráticos.