ARCADI ESPADA-EL MUNDO
Es una ilusión óptica pensar que el juicio acontece únicamente entre los nobles muros de la Sala. Aquí hay un juicio, sin duda. Como en todos ellos la fijación de los hechos resulta ser un trabajo duro, a veces monótono, siempre ejemplar. Sobre cada hecho planea el síndromeRashomon, la obra maestra de Kurosawa que narra el asesinato de un samurai desde el punto de vista de cuatro testigos. Rashomon suele citarse en las discusiones sobre el relativismo cognitivo. Por los relativistas, especialmente, que ponen de manifiesto la disparidad de los testimonios. Mucho menos se pone en evidencia su acuerdo principal: el samurai está muerto.
A veces Rashomon aparece en el juicio de forma absolutamente peculiar. La historia del helicóptero, por ejemplo. En su declaración ante el Tribunal la secretaria judicial que intervino en los registros de la sede de Economía, el día 20 de septiembre, dijo que en un momento determinado pidió que la sacaran de allí en helicóptero. Esta declaración se tomó de un modo vejatoriamente risueño en el ambiente nacionalista. Mucho más después de que la secretaria judicial añadiera que le había pedido el helicóptero a un teniente de la Guardia Civil y que el teniente se había sonreído.
Pobra dona pensaría el letrado Van den Eynde que pensaría el teniente de la Guardia Civil que se sonrió. Como ayer estaba en el juicio el letrado fue a por él, que era ir a por ella. Y le preguntó por aquella sonrisa de conmiseración ante el miedo de la mujer. La respuesta es puro Rashomon. El teniente le confirmó que se había reído. Pero no por reírse. Solo para que la mujer se tranquilizara. Y para ocultarle que, en efecto, la situación era tan grave que habían estudiado el uso de un helicóptero. Por la tarde, aparecería a declarar otro teniente, que acabó de ponerle la boca cóncava –¡es mi punto de vista!– a Van den Eynde: «Estuvimos viendo la situación para el helicóptero. Teníamos un aparato en base y les dije a los pilotos que estuvieran preparados. Y a un guardia que si hacía falta tirar una antena que había, que la tirara».
Hay más rashomons. Una vieja exculpación nacionalista. Si Cuixart y Sánchez se subieron encima del vehículo devastado de la Guardia Civil es porque ya se había convertido en un lugar común. No hay día que llegados a este punto las defensas no pregunten a los guardias: «¿Sabe usted si desde primeras horas de la mañana había periodistas subidos a los coches de la Guardia Civil?» El ambiente en Cataluña ha llegado a tal punto extraordinario que los abogados piensan que pueden utilizar este argumento con total tranquilidad y eficacia. Pero Rashomon ampliaría foco. Y se preguntaría, uno, qué circunstancias tan degradadas pueden justificar que un periodista se suba al coche de un guardia civil. Y dos, y más importante: ¿Acaso puede distinguirse en Cataluña a un periodista de un activista nacionalista?
El juicio acontece fuera también. La palabra juicio tiene una doble definición en castellano y probablemente en otros lenguas. «Facultad por la que el ser humano puede distinguir el bien del mal y lo verdadero de lo falso», dice el Diccionario. En la sala se trata de lo segundo: de lo verdadero y de lo falso. Fuera, el bien y el mal siguen su combate, acusándose cada uno de ser el otro. A la sala llegó por la mañana, entre murmullos, la carta que 41 senadores franceses han firmado respecto del Proceso. Hay cuatro de Macron, 13 socialistas, unos pocos de la derecha, y la mayoría son comunistas pasados o no al ecologismo. Mis litros de sangre jacobina hierven al comprobar hasta qué punto un senador francés puede firmar una carta idiota. Este párrafo: «Denunciamos la represión de la que son víctimas legítimos cargos electos, representantes políticos de la Generalidad de Cataluña encarcelados o forzados al exilio por sus opiniones en el ejercicio del mandato que le han confiado los electores». ¡Por sus opiniones!, dicen los sanadores de la República. Es verídico que un juicio puede escoger entre el bien y el mal. Pero el bien no puede fundamentarse en lo falso.
Por lo demás, el flojo Marchena sin interrumpirles.