José María Carrascal, ABC 03/12/12
Los catalanes tienen que decidir lo que quieren realmente. Los demás españoles no podemos decidir por ellos.
Ha pasado sólo una semana desde las elecciones y el ánimo oficial catalán ha sufrido ya tres mutaciones: el shock de la primera noche, al constatarse que CiU había perdido un montón de escaños. «España ha ganado», sentían. El alivio al constatarse que esos escaños habían ido a ERC. La gran mayoría soberanista quedaba así garantizada. «Cataluña ha ganado», volvían a decirse. Y la preocupación al comprobar lo difícil que iba a ser gobernar. Las cifras bastaban para avanzar hacia la independencia, pero un Junqueras crecido exigía a un Mas disminuido renunciar a los ajustes sin los que la economía catalana seguiría hundiéndose. O sea, están como estaban, sólo que peor.
El principal culpable de esta situación es sin duda Mas, que convocó estas elecciones sin haber medido el tiempo, las circunstancia y el verdadero ánimo de su pueblo, pecado imperdonable en todo gobernante. Y es que a muchos catalanes les encantaría ser independientes. Pero tantos o más se dan cuenta de las dificultades que eso entrañaría. «Preguntarme si deseo un Estado catalán dentro de la Comunidad Europea es como preguntarme si quiero acostarme con Julia Roberts», me decía un amigo de allí. Naturalmente, a la elite política catalana estas consideraciones no le importan. Mas ha dicho que seguirá adelante con la consulta y Junqueras quiere incluso ponerle fecha. Ellos van a ser presidentes, ministros, embajadores, altos cargos de un Estado real. Pero con una deuda de 42.000 millones de euros, con unos bonos basura, que no puede pagar sus nóminas, sus hospitales, sus parados, ¿cómo puede pensarse en un Estado independiente? Leo en LaVanguardia un artículo con título de epitafio: «Se acabó el sueño, empieza la realidad». Se refiere a Junqueras, pero vale para todos los catalanes.
Pero ésa es una cuestión que tienen que resolverla ellos. Se acabó el soñar despiertos, el echar la culpa de todos sus males a España, el imaginar que todos sus problemas se resuelven con separarse de ella, el unir cosas contradictorias. Quieren Estado propio, pero manteniendo los lazos con España y permaneciendo en la UE. Cuando lo primero es imposible y lo segundo, muy difícil. Quieren que, en eso y otras muchas cosas, éstas sigan como estaban, cuando van a ser totalmente distintas. De ahí su desconcierto a la semana de haber votado. Pero sólo ellos pueden salir de la contradicción en que viven.
Al resto de los españoles sólo nos queda esperar y desear que el famoso seny termine imponiéndose y establezcamos unas relaciones acordes con la realidad, no en la fantasía, ni en los chantajes, ni en los victimismos. Pues pretender que premiemos el haber querido abandonar la casa común dándoles una Hacienda propia sería demasiado, para nosotros y para ellos, ya que, de manejarla como han manejado los dineros del Palau, no les iba a aprovechar mucho.
José María Carrascal, ABC 03/12/12