Ignacio Camacho-ABC
- Libertad, nación de ciudadanos, soberanía indivisible y Estado de Derecho. ¿De verdad es un modelo tan complejo?
A diferencia de los ciudadanos de la mayoría de las naciones europeas, los españoles pasamos demasiado tiempo y consumimos demasiada energía debatiendo en qué demonios consiste la nuestra. A esta pasión por lo que podríamos llamar el existencialismo político se une el problema de que ciertos grupos a los que el actual Gobierno concede notable influencia no discuten ya sobre qué debe ser España sino que directamente la niegan; es decir, que tal como señalaba con lucidez Diego Garrocho, se oponen a que España sea, a que exista como tal nación y por tanto como espacio de convivencia. Acostumbrados desde la Transición a traficar con su proyecto de ruptura a cambio de privilegios territoriales y prebendas diversas, estos partidos han logrado sembrar en el resto de los actores políticos una notable confusión de ideas, un aturdimiento conceptual que afecta de manera especial a la derecha porque el autodenominado progresismo no se quiebra la cabeza: toda causa que le sirva para ejercer el poder le parece correcta y queda de inmediato revestida de una favorecedora pátina moderna.
El último en perderse en el frondoso jardín ‘particularista’ -el adjetivo que Ortega consagró hace justo un siglo- ha sido Elías Bendodo, flamante número tres del PP que ha metido a Feijóo en un lío de plurinacionalidades y demás sucedáneos lingüísticos que sirven para dar cobertura al marco mental del soberanismo. En el período constituyente esa clase de malabarismos nominales tuvo cierto sentido porque se trataba de encontrar puntos de equilibrio, pero desde que los nacionalistas catalanes lanzaron su desafío de secesión no se puede ser ambiguo sin alimentar la hoguera del conflicto. Cuando es el ser mismo de la nación lo que está en peligro porque lo intentan disolver sus enemigos, un partido de Estado ha de atenerse a paradigmas sencillos y procurar no perderse en el laberinto de los eufemismos, los juegos de palabras o los rodeos evasivos.
El modelo ideológico de la derecha no precisa retruécanos complejos. Libertad, nación indisoluble de ciudadanos iguales, soberanía del pueblo español (no de los pueblos de España), instituciones -autonomías incluidas, por supuesto-, defensa de la lengua común sin perjuicio de las demás y Estado de Derecho. La Constitución, vaya, ni más ni menos, y ya luego, si es posible, bajadas de impuestos. Ése es el esquema de la verdadera guerra cultural del liberalismo contemporáneo: la regeneración de todo el tejido democrático que Sánchez y sus socios están arrasando para imponer un cambio de sistema solapado. Con eso, más la compostura de la economía, ya tendrá el PP bastante trabajo. Pero para poder llevarlo a cabo ha de presentarse antes a su electorado con un discurso comprensible y claro, todo lo contrario de este estéril fárrago de maíces identitarios. Libertad, integridad y soberanía. ¿De verdad es tan complicado?