Ignacio Camacho-ABC
- El posible adelanto electoral se ha convertido en un ensayo especulativo sobre la siguiente derrota del sanchismo
En Andalucía, como en casi todo el país, el turismo nacional está (medio) salvando la temporada veraniega. En las principales localidades de la costa están agotadas, o casi, las reservas y no hay modo de encontrar mesa para comer o cenar antes de la segunda quincena, pese al toque de queda que pesa sobre puntos de especial afluencia como Estepona o Marbella. Pero este año Madrid mira también al Sur en busca de indicios que esclarezcan a medio plazo el futuro político. La región se ha convertido para los círculos de influencia capitalinos en el centro de toda clase de cálculos sobre un adelanto electoral que precipite la siguiente derrota del sanchismo. Una especie de laboratorio donde ensayar el próximo asalto y medir la correlación de fuerzas aunque sea sólo a golpe de encuestas, es decir, a título especulativo. Porque en este momento no hay ninguna razón objetiva para ese anticipo.
No al menos en lo que queda de año. No le conviene a Juanma Moreno, que podría parecer demasiado ventajista, ni a Casado, que tras el triunfante ‘ayusazo’ de mayo debe manejar con tiento los plazos para no gastar munición en vano. Y la fecha depende de ambos, obligados a buscar un consenso interno en medio de sus crecientes desacuerdos orgánicos. Incluso ante una eventual retirada del apoyo de Vox, que lo anda insinuando, la coalición de PP y Ciudadanos puede abordar 2022 con el presupuesto prorrogado. Los aficionados a las apuestas tendrán más posibilidades de acierto si juegan la carta de la primavera. En ese momento, a falta de seis u ocho meses para el final del mandato, el presidente de la Junta tendrá mejores bazas para alegar que ya está controlada la pandemia -si el virus no da más sorpresas- y llamar a las urnas sin que parezca que desatiende el interés general por su exclusiva conveniencia. El líder del PP, por su parte, podrá graduar con más inteligencia estratégica el calendario de acoso a Sánchez. A treinta meses de las generales necesita escalonar sus pasos adelante si no quiere que sus prometedoras expectativas se consuman en un largo proceso de desgaste.
Es posible, incluso probable, que la derecha no progrese más en los sondeos. Que haya tocado techo impulsada por el catastrófico semestre del Gobierno. La gran encrucijada de todo dirigente es siempre una disyuntiva de tiempos: la espera o la prisa, el apremio o la paciencia, el ímpetu o el sosiego. También, aunque sea menos frecuente, el dilema ético entre el sentido de la responsabilidad y el propio provecho. En el caso andaluz, noviembre es la tentación oportunista y marzo o abril parecen a simple vista el punto medio aunque con la actual volatilidad política nadie esté en condiciones de asegurar el éxito. En todo laboratorio existe el riesgo de salir malparado de cualquier experimento y si algo sabemos de la experiencia reciente es que ya no son tan raros los cisnes negros.