Olatz Barriuso-El Correo

Tenía dicho el PP que iba a apretar a Pedro Sánchez para que cada pleno, cada sesión de control, fuera para el presidente como «una visita al dentista». Pero resulta que el Gobierno tenía su propio torno y estaba dispuesto a autoinflingirse una tortura similar ante la vista de todos, en la sala de prensa del Consejo de Ministros. Sea torpeza supina o puro teatro -¿es realista pensar que Yolanda Díaz se enteró por la prensa de que los perceptores del SMI iban a empezar a tributar el IRPF?-, el espectáculo grotesco del choque en vivo y en directo entre la vicepresidenta segunda y la portavoz del Gobierno, Pilar Alegría, es, sin duda, un tiro en el pie de manual.

No tanto porque preludie la ruptura de la coalición -no parece el caso- sino porque tapa con un manto de ruido absurdo esos logros que Sánchez se esfuerza en propagar a los cuatro vientos para combatir «las mentiras neoliberales y de la derecha». El neoliberalismo, como todo el mundo sabe, es Belcebú y ser socialista, como repitió el presidente en esa arenga del martes a sus diputados – «contadlo en las calles, en las redes sociales, contadlo una y mil veces por tierra, mar y aire»-, equivale a estar «en el lado correcto de la historia». Lástima que el latiguillo ya lo empleara Obama en 38 discursos, Clinton en otros 21 y hasta Thatcher se lo apropiara para repudiar el apartheid en Sudáfrica. Éramos pocos y Quim Torra se subió un día al carro para justificar el desafío a la legalidad que fue el ‘procés’.

De tanto manosearlo, el dichoso sintagma ya no significa nada. Y en el pecado lleva la penitencia el Gobierno: de tanto repetir que «paguen más los que más tienen» y demonizar a los señores de los cenáculos y los puros, de tanto hacer épica con cada rutinaria respuesta parlamentaria, resulta que una decisión coherente y fácilmente explicable, la de que todo el mundo pague en función de su renta para aplicar el principio que sostiene cualquier intento de hacer pedagogía tributaria -la progresividad-, se convierte en un sindiós que aprovecha su socio minoritario, Sumar, para sacar cabeza.

Es realmente asombroso que el PSOE pueda quedarse solo en el Congreso y sufrir una sonrojante derrota parlamentaria -normal que a María Jesús Montero le aquejara una gripe repentina- por algo que, por poner un ejemplo, ya sucede en Euskadi desde el año pasado sin que haya sido motivo de escándalo. Los mínimos exentos vascos no están ajustados al SMI, aunque, si la reforma fiscal que tramitan ya las Juntas Generales de los tres territorios sale adelante -para lo que hará falta un tercer partido, además de PNV y PSE, en Álava y Gipuzkoa- los perceptores del salario mínimo estarían exentos de tributar porque el listón para hacer la declaración se situaría en 19.000 euros. ¿Justo? Por supuesto. Se trata de dotarse de unas reglas claras fruto de las correspondientes mayorías parlamentarias y atenerse a ellas. Tan sencillo y tan difícil como eso.

Pero el populismo fiscal es una dulce tentación y es fácil apelotonarse donde ahora parece estar el famoso lado correcto de la historia. Ahí puede coincidir Díaz con sus viejos amigos de Podemos, con Bildu… y con el PP. Para encontrar esa entelequia, la de estar haciendo el bien y además presumir impúdicamente de ello, empieza a hacer falta brújula.