Teodoro León Gross-El País
No importa que Sánchez dijera hace tres semanas que se debía endurecer el 155. De repente parece el normalizador natural del conflicto
Por momentos pudiera parecer que el Gobierno Sánchez trae la normalización de Cataluña de serie, como el equipamiento que en algunos coches es fijo: elevalunas, ABS, faros de xenon, climatizador… Es decir, soluciones que vienen incorporadas de origen sin necesidad de un plus. Como si la sensibilidad de la izquierda, tradicionalmente próxima a los nacionalismos por su marchamo antifranquista común, garantizara que ellos servirán de antídoto al problema territorial. No importa que Sánchez hace tres semanas mantuviera que se debía endurecer el 155. De repente, como por ensalmo, parece el normalizador natural del conflicto.
El nuevo Gobierno, de hecho, se conformó con guiños a la vez al constitucionalismo y al procesismo. Ya se sabía que Borrell era un icono para los primeros desde que desmontó el mito de las balanzas del Espanya ens roba; tanto como que Meritxell Batet, federalista, suponía un mensaje de diálogo hacia los procesistas. A decir verdad, para muchos hubiese sido más tranquilizador al revés: Borrell a los mandos del asunto catalán. En todo caso, eso de poner velas a Dios y al diablo entraña riesgos. Dicho de otro modo, con la pareja Borrell/Batet convendría que la mano izquierda del Gobierno sí sepa lo que hace su mano derecha, lejos del secretismo evangélico. El talante buenista de Meritxell Batet no debería llevar a equívocos, sobre todo en eso de no haber vencedores ni vencidos. En el choque del Estado y los secesionistas, una de las partes no puede lograr su objetivo. Otra cosa es que no sean humillados, pero derrotados ha de haber. Y necesariamente, desde la lógica del Estado de derecho.
De momento es pronto para cubrir de reproches a Meritxell Batet, aunque la derecha ya se haya lanzado a degüello, como era previsible. Sin embargo, ella avanza rápido, y a veces parece olvidar que se enfrenta a tahúres que, como admitía Ponsatí, van de farol. Al tratar de normalizar, convendrá no perder de vista que Cataluña, como dice Borrell, está “al borde del enfrentamiento civil”. Lo sucedido en la Universidad durante un homenaje a Cervantes con Jean Canavaggio marca el nivel. Hay agresiones contra actos y personas por el mero hecho de ser constitucionalistas, y se hace bajo la coartada de actuar contra el ‘feixisme’; es decir, fascismo como sinónimo de español. Sin embargo, algunos parecen bajo el hechizo del antídoto mágico del Gobierno de izquierda; e incluso resurge la idea de que el problema de origen es la sentencia del Estatut del 2010. Comprarle su relato al secesionismo es mal asunto.
Ciertamente conviene ser y además parecer dialogantes. En eso acierta el Gobierno. Si boicotean el diálogo, los otros serán percibidos cada vez más cerriles, tanto los nacionalistas catalanes como los nacionalistas españoles. Pero hay riesgos en ir ofreciendo el diálogo, la reforma constitucional e incluso los buenos deseos de ver a los presos cerca, mientras desde Cataluña enfatizan que sólo partirán del 1-O, sacralizando el falso referéndum, y mantienen el discurso institucional de los presos políticos incluso en la fachada de la sede… Es demasiado desfase, aunque el buenismo crea que quienes antes comparaban a España con Turquía, ahora ya ven la España de Sánchez como Canadá. Alentar la imagen de entreguistas, si esta cuaja en el resto del país, puede complicar las cosas. La luna de miel con el gabinete no durará siempre. Así que harían bien en dejar de creer que la normalización la traen de serie, y no caer en la tentación de blanquear el conflicto con eufemismos. Reemplazar la verdad por un blanqueo de la historia, por decirlo al modo de Baudrillard, es siempre tomar un camino equivocado.