ABC 14/11/16
MANUEL MARÍN
Si el PSOE y el PSC llegan a una ruptura fáctica y organizativa –la emocional es ya inevitable–, no será por las abismales diferencias programáticas que les separan en su concepción del Estado, en su voluntad de cesión a los soberanistas o en su afinidad pactista con el independentismo. Será por mostrarse incapaces de reconducir una insubordinación orgánica que ha puesto en duda la autoridad real de la gestora socialista hasta mermarla, pero sobre todo, porque en Ferraz han llegado a la conclusión, quince años tarde, de que la «marca PSC» es tóxica para una parte tradicional del electorado y contamina al PSOE en las urnas.
El análisis es sentimentalmente ingrato, pero la aparición en Cataluña de una marca de extrema izquierda que ha resuelto con éxito la fórmula para acoger a independentistas y no independentistas, ha terminado vaciando de contenido al PSC. Por encima del separatismo, en la nueva oferta política han primado el sectarismo ideológico y las promesas de un populismo comunista caduco, pero reorientado con demagogia inteligente. El socialismo catalán, carente de liderazgos sólidos en los últimos quince años, no ha sabido desentrañar esa ecuación y por eso culpa ahora al PSOE de su indefensión.
Pero en Ferraz ya terminaron los tiempos de los malabares. Desde que en el año 2000 Zapatero empezó a cuestionar la unidad de España, ya ha habido suficientes desengaños. Y desde 2011, suficientes catástrofes electorales. Las bondades del modelo federal ya no venden en las urnas ni como excusa para maquillar una falsa unidad entre los extremos opuestos que retratan, por ejemplo, a un socialista andaluz frente a uno catalán. En el nuevo PSOE en gestación el concepto de nación ni es discutido, ni es discutible. Y crudamente se admite que el PSC diluye su imagen como partido con vocación nacional, y confunde a una parte relevante del electorado, incapaz de concebir la idea de que Cataluña es soberana. O de justificar que sus votos regalen alcaldías a ERC, la CUP, la extinta CDC o En Común Podem… O de que alcaldes socialistas se nieguen a colocar la bandera española.
A Iceta no le interesa romper. Solo tensar. Jugar en busca de un órdago que le conceda una salida airosa y que el PSOE le ofrezca márgenes de supervivencia en la nebulosa del derecho a decidir. Pero la Gestora no está en eso. El PSOE empieza a entender que el camino más corto entre dos puntos es la línea recta. Si el PSC pretende permanecer como el hermanastro, deberá asumir la disciplina interna de la casa, las costumbres y horarios, y no forzar más romances prohibidos con el independentismo. Y si Ferraz entiende que por fin ha de soltar lastre, lo hará.