IGNACIO CAMACHO – ABC – 14/01/17
· A base de atender a minorías ruidosas, la izquierda ha acabado por desentenderse de la silenciosa mayoría.
Sostiene el profesor Javier Redondo que los modales de mal perdedor con que Obama ha cerrado su doble presidencia obedecen a una razón de psicología íntima: la pesadumbre que le produce constar que su verdadero legado a la posteridad ha sido… Donald Trump. Se trata de una interpretación que, además de sugestiva, contiene una gran dosis de objetividad histórica.
Porque el triunfo del zafio magnate se basa en el hartazgo de una gran parte de la sociedad americana ante la sobredosis de corrección política recibida en los mandatos del presidente saliente. Con su despatarrado estilo populista, Trump ha explotado –y sigue haciéndolo– la irritación de muchos conciudadanos de la América profunda por la llamada discriminación positiva, las cuotas raciales, la ideología de género y otros rasgos inclusivos cuyo énfasis interpretan como desatención a las masas de clase media empobrecida.
Se trata de un fenómeno que interpela, más allá del marco estadounidense, a toda la izquierda posmoderna, que a base de atender a minorías más o menos ruidosas ha acabado por descuidar a la silenciosa mayoría. Eso explica el auge de los populismos y de su agresivo discurso contra la inmigración o los subsidios, y en general contra las políticas que por promover la igualdad con dinero ajeno generan en quienes la sufragan una palpable sensación de injusticia.
La quiebra del Estado del bienestar la han intentado paliar los gobiernos occidentales con un esfuerzo abusivo de los que han sobrevivido a ella. Por más que la atmósfera social y el pensamiento dominante conviertan en tabú la crítica a esa redistribución mal calculada, mucha gente decepcionada se rebela en la soledad de la cabina de voto. De ahí las sorpresas del Brexit o de Trump. Esos electores sienten que han sido marginados por un exceso de solidaridad obligatoria que no ha tenido en cuenta el deterioro de sus propias condiciones de vida. Y aunque no participan en el debate público, confían en su sorda fuerza colectiva.
De alguna forma, Obama se siente frustrado ante la comprobación de esa evidencia. Convencido de sus dogmas, no acaba de entender la conducta de sus contemporáneos, pero el resultado le provoca una cierta desazón de conciencia. En su desencanto ha llegado a descalificar a Hillary, ciertamente una pésima candidata; sin embargo, él mismo es lo bastante inteligente para darse cuenta de su propia responsabilidad y ese malestar se manifiesta en una patente zozobra.
El traspaso de poderes se ha convertido en un descalzaperros desastroso que arruina la reputación estadounidense de elegancia democrática. Y lo peor de todo es que esa irritada contrariedad del progresismo americano está sirviendo para reforzar a Trump en su desafiante chulería, agrandada por una exhibición victimista. El problema es que han sido los soberbios errores de sus adversarios los que lo han alzado hasta llegar a donde a todas luces no debía.
IGNACIO CAMACHO – ABC – 14/01/17