Pedro José Chacón-El Correo
Para poner en práctica esta ideología se necesitan políticos conocedores de nuestra historia, que empiecenpor aplicarse a sí mismos los principios que proclaman
Karl Popper, uno de los más grandes artífices del liberalismo moderno, establece en su obra magna ‘La sociedad abierta y sus enemigos’ que para que una comunidad política pueda llamarse plenamente liberal tiene que proclamar la libertad del individuo, impedir la violencia, proteger a las minorías y defender a los más débiles. El PP vasco, siendo por principio quien mejor debería representar ese ideal entre nosotros, ha llegado a convertirse paradójicamente, por causas propias y ajenas, en el partido más débil y minoritario de Euskadi. Y para evitar quedar del todo marginados de la escena política vasca en las próximas elecciones autonómicas, sus actuales dirigentes han convocado para septiembre una convención que si quieren que les salga bien les va a mantener entretenidos este verano.
Se trata de una operación política necesaria, pero no exenta de enormes dificultades o, si se quiere, de enemigos poderosos. Vaya por delante que la ideología liberal fuerista que quiere reivindicar para sí el PP vasco existe desde el 25 de octubre de 1839, cuando la ley foral de esa fecha acuñó la identidad histórica del liberalismo vasco, consistente en conjugar la cultura política foral y la constitucional. Ello se hizo en sintonía con el liberalismo moderado español, el mismo que en 1876 abolió la foralidad tras la última carlistada, el mismo que en 1878 concedió el primer concierto económico vasco y el mismo, en fin, que derogó en 1978 aquella primera ley foral de 1839 para así intentar conseguir que el PNV se sumara al proyecto democrático tras la dictadura franquista: error histórico inconmensurable que concedió al nacionalismo una legitimidad inimaginable para sus primeros seguidores.
De modo que sin la comprensión y el apoyo del centro derecha español es imposible que aquí fructifique de nuevo ningún giro liberal fuerista. Porque la primera condición que se debería cumplir para ello es que se reconozca desde Madrid que la derogación en la Constitución vigente de la ley de 1839 para contentar al PNV fue un error histórico de proporciones colosales. La segunda condición para un posible éxito de esta operación depende de que se gane su credibilidad en el propio País Vasco. Un proyecto así exigiría de antemano cambiar la estructura del partido, que no puede reivindicar la foralidad desde un presidencialismo tan marcado como el que ahora mismo lo dirige. Foralidad significa recuperar el sentido histórico del Señorío de Bizkaia y de las provincias de Gipuzkoa y Álava y eso no se puede hacer dirigiendo todas las operaciones de modo unidireccional desde el vértice hacia los tres extremos.
Quienes añoran aquel PP vasco de los trescientos mil votos y cuestionan la solución liberal fuerista no admiten que el españolismo a palo seco pertenece a los tiempos de la resistencia, que hoy eso no lo vota ya casi nadie y sobre todo que el nacionalismo no es la continuación o superación del fuerismo sino, por el contrario, su negación expresa. Véase, si no, el papel que el nacionalismo hegemónico concede a las diputaciones forales o, más concretamente, a sus presidentes. Puros administradores sin peso político alguno, rigiendo unas diputaciones forales que si existen tal como las conocemos hoy es por el impulso del liberal fuerismo en su etapa dorada, entre 1839 y la guerra civil, o sea todo un siglo decisivo para la construcción del País Vasco actual, durante el que ni había Gobierno vasco ni Parlamento común ni se les esperaba. El nacionalismo vasco aplica a la tradición foral un demoledor proceso de centralización y de homogeneización. Es por eso que el liberal fuerismo no puede entenderse sin considerar que los gobiernos españoles han legitimado al nacionalismo y este ha usurpado lo mejor de la tradición foral, convirtiéndola en algo irreconocible.
La convención del PP vasco de septiembre lo va a tener muy difícil, por tanto, para conseguir librarse de esa doble pinza que históricamente se ha ejercido sobre él: hay que ser realistas. Pero, ocurra lo que ocurra con su reivindicación del liberal fuerismo, esta ideología persistirá siempre como ideal político de una identidad liberal vasca que nunca renunciará a su condición de española. Y que para ser puesta en práctica y triunfar precisará de políticos conocedores de nuestra historia, que empiecen por aplicarse a sí mismos los principios que proclaman y sobre todo de partidarios dispuestos a quitarse los complejos hacia tantas realidades pervertidas por el nacionalismo en nuestro País Vasco actual. Empezando por el euskera, un idioma con indudables parentescos con el castellano, dentro de su diferente estructura gramatical: las cinco vocales que compartimos los que hablamos ambos idiomas y sobre todo la misma pronunciación de lo que se escribe en ambas lenguas las asemeja entre sí y las diferencia a su vez respecto de las demás lenguas y eso también es liberal fuerismo.
Karl Popper le confirió a su definición de liberalismo un indudable sesgo identitario: la defensa de las minorías y de los más débiles. Porque el liberalismo fomenta la libertad de querer diferenciarse de los demás hasta llegar a la excelencia. Eso es lo que pretende ahora el PP vasco y quienes queremos evitar que desaparezca lo hacemos también desde ese impulso liberal que, aunque ahora sea débil y minoritario, seguirá siempre respetando y cultivando lo distinto.