ABC 11/08/16
IGNACIO CAMACHO
· A ver si ahora va a resultar que Rajoy solo es un voto más en la Ejecutiva de un partido acostumbrado a discutir
SI esto no está ya hablado, lo parece. El ritual de acercamiento entre PP y Ciudadanos tiene el aire de escenificación gradual de un proceso más o menos acordado. Rivera necesitaba el celofán de protagonismo argumental que envolviese su revocación del veto a Rajoy y éste ha de aparentar que se toma tiempo fiel a su costumbre y a su estilo. Pero tampoco hay que exagerar con sobreactuaciones porque eso de votar las condiciones del pacto no se lo cree nadie. A ver si ahora va a resultar que el presidente solo es un voto más en la Ejecutiva, como le dijo una vez con todo su cinismo Felipe González a Pepote Rodríguez de la Borbolla. El PP es un partido vertical, de obediencia sin fisuras al liderazgo. Si su máximo dirigente está conforme no habrá órgano que le tumbe el plan. Es probable que en esa reunión estén acordadas incluso las disidencias, un poco de debate y de ceño fruncido para que la militancia más crédula no piense que todo está rodado y que el vencedor de las elecciones claudica sin más ante un socio minoritario encaramado al taburete de su arrogancia. Sin embargo, la política como teatro ha de observar cierta verosimilitud so pena de caer en una comedia bufa que desdibuje su solemnidad dramática.
Estamos en plena creación de un relato, de un libreto con su reparto de papeles y su plan de argumento. Hay que vestir la maniobra de aproximación, forzada por las circunstancias poselectorales, con un ropaje de suspicacias recíprocas solventadas a base de sentido de Estado. Lo que no quiere decir que no exista margen para la sorpresa porque los dos partidos del centro-derecha se profesan un intenso recelo. Sin embargo aún no ha llegado esa etapa de roces y chispazos; este período es aún el del rito de apareamiento. El guión acota expresiones de desagrado y desconfianza que acentúen la responsabilidad de las concesiones mutuas y eviten la sensación de compadreo que por otra parte tampoco sería real; aquí hay sapos que tragar por ambas partes y no resultará fácil hacerlo con buena cara. El más desagradable de ellos se lo va a desayunar Rajoy con la comisión Bárcenas, que puede esconder la trampa para ponerlo en la puerta de salida, pero hasta eso tiene cierto truco: la oposición goza de todos modos de mayoría para imponérsela velis nolis. Ese cáliz de cianuro iba en el menú y la única novedad es que lo han incluido en la factura.
En ese clima de función escénica, el factor que más chirría es el del tiempo. De repente ha desaparecido la urgencia y se han dilatado los plazos. Rivera concede margen a la parsimonia marianista y el presidente, como siempre, deja en manos del calendario el ablandamiento de Pedro Sánchez. Un ambiente balsámico de calma ha sustituido a las prisas casi existenciales. Y eso demuestra que los guionistas han dejado un problema sin resolver: todavía no controlan todas las claves del desenlace.