Del volumen que firma Pedro Sánchez nadie podrá decir que es un plagio. De hecho, es un producto de difícil clasificación entre los libros de políticos. Lo más interesante de él no es lo que cuenta sino lo que deja de contar; y lo más llamativo no es su contenido sino su oquedad.

No es propiamente un libro de memorias, porque en él pesa más la desmemoria selectiva que el recuerdo veraz (incluso el cocinado, aunque este también abunda). Pese a lo limitado y reciente del periodo que evoca, que no llega a un lustro, es mucho más relevante lo que Sánchez ha preferido omitir que lo que ha elegido exhibir. Es más, para los conocedores de la intrahistoria del sanchismo, cada episodio que relata trae inevitablemente a la mente la versión B de ese mismo sucedido (frecuentemente, más próxima a la verdad y también más excitante para el lector muy cafetero).

Por esa misma razón, no puede considerarse una crónica histórica útil. Los historiadores del futuro encontrarán aquí poco material provechoso para reconstruir lo que sucedió en España entre 2014 y 2018. Le faltan rigor para ser historia y nervio y agilidad para ser periodismo.

Aunque se empeñe Joaquín Estefanía, este no es un libro de pensamiento político. Hagamos el favor al autor de suponer que nunca pretendió que lo fuera. No hay en él nada parecido a una elaboración teórica sobre la política, el Estado, la sociedad o los problemas del mundo. El apartado ideológico de la obra se despacha sumariamente con los cuatro tópicos más resobados sobre la presunta vigencia de la socialdemocracia.

Su utilidad como material de campaña electoral es muy limitada. Los libros que publican los candidatos en vísperas de elecciones suelen ser de tres tipos: los aspiracionales, que presentan un proyecto ambicioso para el país; los programáticos, que desgranan propuestas concretas de gobierno, o los humanos, que tratan de aproximarnos al lado más atractivo y empático del personaje. No hay rastro de ninguna de las tres cosas en las 322 páginas del manual sanchista. Cualquiera que sea el resultado de las elecciones, la aportación de esta publicación resultará inane.

Sorprende la pobre calidad literaria de la obra, teniendo en cuenta que se ha contratado para la ocasión a una profesional del oficio de escribir (mediando gratificación en especie, en forma de Secretaría de Estado y, próximamente, de escaño asegurado). Sin ser de mis autoras favoritas, les aseguro que Irene Lozano ha producido muchas piezas literariamente más dignas que esta.

No hay un relato épico, pese a lo pretencioso del planteamiento; no hay espacio para la ironía o el sentido del humor, más bien una sobredosis de la vacua solemnidad con que se repiten cien veces obviedades y consignas de argumentario oficialista; no hay anécdotas memorables, salvo que se considere como tal la cutre historia del colchón (que, además, es tan falsa como si se le hubiera ocurrido contar que, al llegar a Moncloa, tuvo que pedir toallas limpias).

Ni siquiera sirve para los amantes del gore: la proximidad de las elecciones ha aconsejado reducir drásticamente las partes más sórdidas y el ajuste de cuentas que, sin duda, estuvo en su propósito original.

Con todo, lo más llamativo —y lo único interesante— de esta jugada es la operación de ‘marketing’ político que hay detrás de ella. Es notable cómo se ha construido la leyenda de Pedro Sánchez el Resistente: un ser mitológico que se presenta a sí mismo como héroe indestructible capaz de superar

las más terribles adversidades que la vida pueda presentar a un ser humano. Tan extraordinaria ha sido la construcción de la categoría y su atribución al personaje como la facilidad con que se la han tragado amigos y enemigos.

Uno piensa en biografías de grandes resistentes de la política: Nelson Mandela fue, qué duda cabe, un gigante de la resistencia. Como lo fue el propio Churchill, 50 años de carrera política en la que murió y resucitó mil veces; o Roosevelt, que ganó cuatro elecciones presidenciales en Estados Unidos, sobrevivió a la Gran Depresión y ganó una guerra mundial desde una silla de ruedas. O si me apuran, Adolfo Suárez jugándose la vida en más de una ocasión durante su presidencia (el 23-F no fue la única vez que le enseñaron las pistolas para doblegar su voluntad). Todos ellos, y muchos más, podrían haber escrito un ‘manual de resistencia’ con credenciales indiscutibles.

Si hay un rasgo que destaca sobre cualquier otro en la personalidad de Sánchez no es la resistencia sino la audacia, que a veces desborda la temeridad

La peripecia de Sánchez es mucho más pedestre: es la de un político ambicioso al que, tras medrar durante unos años en el aparato, le toca en una tómbola la jefatura de su partido; la pierde tras organizar una carnicería interna y bloquear el país durante un año; se la vuelve a regalar la inmensa torpeza de quien primero lo patrocinó y después, queriendo degollarlo, lo dejó escapar vivo, y finalmente le cae el gordo de la lotería de verse presidente con el 23% de los votos y el 24% de los escaños. ¿Dónde está la resistencia en esta historia de pillos e incompetentes?

Si hay un rasgo que destaca sobre cualquier otro en la personalidad de Sánchez no es la resistencia sino la audacia. Una audacia que raya, y a veces desborda, la temeridad. Ahí sí supera ampliamente a sus rivales, y ese probablemente sea el secreto de su éxito. Por eso, terminado este libro hueco con título de manual de autoayuda ‘new age’, dudo dónde colocarlo en mi biblioteca; y no encuentro lugar mejor que entre los relatos de aventuras y aventureros. Con perdón del gran Stevenson y los demás maestros del género.