José Antonio Zarzalejos-El Confidencial
En su último libro, Nicolás Sartorius dice que “las palabras han provocado o impulsado guerras, matanzas, levantamientos, pronunciamientos o quiebras”
Isabel Celaá, Carmen Calvo, José Luis Ábalos, ministros varios, creen que la retórica de Torra, incendiaria, no se corresponderá con hechos que podrían desbordar de inmediato la legalidad. Creen que una cosa son las palabras y otra los comportamientos, sin reparar en que, en política, las unas se encadenan con los otros. No se sabe qué estratega ha aconsejado al Ejecutivo de Pedro Sánchez capear el temporal catalán con esta argumentación tan simplista.
Su libro, aparte de la calidad de sus reflexiones, tiene el don de la oportunidad y deberían leerlo todos los miembros del Gobierno que manejan ese peligroso sofisma de la inocuidad del lenguaje. En el prólogo de este ensayo —subtitulado ‘Breve diccionario de los engaños’—, Sartorius escribe lo siguiente: “A lo largo de una dilatada actividad política fui comprendiendo mejor algunas cuestiones referentes al uso del lenguaje y sus efectos. La primera fue que, en política, las palabras son ‘hechos’, tienen sus propia densidad ‘física’ y sus efectos pueden ser beneficiosos o catastróficos”. Una reflexión que viene como anillo al dedo para contradecir la tesis que manejan algunos miembros del Ejecutivo en relación con la retórica del secesionismo catalán.
Continúa el autor advirtiendo de que “a lo largo de la historia, palabras habladas o escritas han provocado o impulsado guerras, matanzas, levantamientos, pronunciamientos o quiebras, pero también los hechos más positivos y las expresiones más extraordinarias de la mente humana. No es verdad, por lo tanto, que como se dice vulgarmente ‘las palabras se las lleva el viento’. Muy al contrario, son como rocas o piedras que pueden provocar auténticos aludes o sostener sólidas arquitecturas políticas”.
El relato independentista que nos ha llevado a la crisis ha consistido en una manipulación constante de la realidad y ha cristalizado en expresiones casi icónicas que el constitucionalismo no ha sabido rebatir con eficacia. Sartorius desmantela algunas de esas manipulaciones, de entre las 65 que el autor examina en su ensayo.
Así, mantiene que el “derecho a decidir” es un “encubrimiento de lo que se denomina ‘derecho de autodeterminación’, que en la esfera internacional se reconoce a los países sometidos al yugo colonial o que formaban parte de imperios autocráticos”, y añade que defenderlo es una tesis “profundamente reaccionaria… y supone un torpedo en la línea de flotación de la izquierda política y sindical”. El autor es partidario de la expresión ‘diálogo’, pero el sentido del que propugna el secesionismo lo considera “más un dialoguismo que otra cosa… y se reduce todo a la unilateralidad de la independencia sí o sí, o de la supuestamente inamovible situación actual”.
Nicolás Sartorius desmonta con gran inteligencia la expresión “España nos roba” y sostiene que también es una manipulación, en algunos casos, hablar de “Estado español”. Porque “para defender su derecho a ser ‘naciones’, niegan la realidad del conjunto, esto es, de España. Para estos sectores nacionalistas, España sería un Estado, pero no una nación, es decir, no existiría, lo que es a todas luces no solo un disparate sino que choca con la realidad más obvia”.
Por lo que se refiere a la utilización de las palabras ‘exiliado político’, nuestro autor considera que tienen como objetivo “demostrar a las propias huestes y a la opinión pública internacional que el Estado español no es una democracia”. Una trampa semántica, igual que la utilización banal de “fascismo o facha” que en el debate catalán ha alcanzado “niveles grotescos, llegándose a calificar de ‘fascista’ a todo aquel que se opone o combate la actividad secesionista de los partidos nacionalistas, cuando, en realidad, en donde aparecen algunos rasgos del fascismo es en los partidos nacionalistas radicalizados”.
Las palabras no son inocentes ni inocuas, encierran un pacto sobre su significado y adquieren una especial relevancia en la política
No es posible resumir con brevedad la labor depurativa que Nicolás Sartorius realiza en este libro. De ahí que su lectura —por otra parte, didáctica y accesible— resulte particularmente indicada y nos remita al valor de las palabras en la política y al error de relativizarlas como están haciendo algunos miembros del Gobierno. De la misma manera, la descripciones contrarias —es decir, las tremendistas y viscerales— implicarían una manipulación de distinto cariz. La aspiración común debería consistir en entender que las palabras no son inocentes ni inocuas, que encierran un pacto sobre su significado y que adquieren una especial relevancia en la política.
Sartorius tiene razón: las palabras son ‘hechos’ y, como es mejor prevenir que curar, no hay que olvidar que lo verbal tiende a cristalizar en lo fáctico. Seguro que Sánchez echará una ojeada a este ensayo y lo recomendará tan vivamente como yo lo hago hoy en este artículo. Más que nada para que nadie se engañe y para que el futuro inmediato no nos coja desprevenidos, como podría suceder si el Gobierno sigue instalado en la falsa creencia de que las palabras de Torra solo son una retórica encendida y no el prólogo de otra desesperada asonada.