Tonia Etxarri-El Correo

No podrá ser presidente, en principio, salvo que Illa -por imperiosa necesidad del inquilino de la Moncloa por garantizarse la prórroga en el poder- dé un paso al lado y le ceda la Generalitat. Pero Puigdemont lo quiere intentar. Las urnas en Cataluña se han cobrado la primera víctima con la retirada política de Pere Aragonès (expresidente de la Generalitat) a la vez que han propiciado que un prófugo de la justicia como Puigdemont se atreva a retar al ganador de las elecciones a una jugada de póker descubierto. Mostrando todas las cartas de su candidatura a la investidura pero guardándose una para el final de la función: la de su disposición, o no, de dejar caer a Pedro Sánchez.

Como Salvador Illa necesita apoyos para gobernar, Puigdemont quiere marcarse un Sánchez. La fórmula del tripartito se difumina, al menos por ahora, porque ERC no va a facilitar la investidura del candidato socialista. O eso ha dicho. Es, por lo tanto, la oportunidad de Puigdemont para tensar la cuerda. Y se pone en la piel de Pedro Sánchez para jugar como hizo él con Feijóo después del 23-J. Al fin y al cabo no hace ni un año que el socialista y el popular pasaron por un escenario distópico durante un tiempo limitado en el que el ganador quiso gobernar pero no pudo. Ahora, Puigdemont no ha ganado las elecciones. Como Sánchez en julio. Ha quedado en segundo lugar. Como Sánchez en aquella ocasión. Y se presenta como alternativa al ganador aunque, en su caso, no va a poder reunir todo el apoyo que concitó Pedro Sánchez cuando pactó su investidura. Pero juega esa baza desestabilizadora para la Moncloa: sus siete diputados en el Congreso de los Diputados. La espada de Damocles de Junts sobre el presidente del Gobierno.

La presión sobre Sánchez es tan tóxica que en la Moncloa necesitan ganar tiempo. Al menos hasta las elecciones europeas para poder explotar la victoria de Illa como el motor de la próxima campaña al Parlamento Europeo, confiando en que ERC no va a facilitar una repetición electoral en Cataluña porque, dada la desmovilización del electorado independentista, los de Junqueras saldrían muy mal parados. Los socialistas esperan que ERC supere sus contiendas internas y, además de decidir si apoyan a Illa o a Puigdemont, afronten un debate duro en el que seguramente tendrán que replantearse buena parte de su política. Ellos también están soportando el emplazamiento de Junts. Puigdemont, en su ensoñación, no se mueve del carril. Se ve como presidente de la Generalitat con el apoyo de su rival más directo, ERC, y la abstención de Illa. O eso o… el bloqueo. El chantaje como estrategia de apoyo al actual presidente del Gobierno no le ha ido tan mal hasta ahora a Puigdemont.

Las urnas en Cataluña han provocado un cambio sustancial en los dos socios de Sánchez. ERC, humillado. Junts, relativamente premiado. Uno se va a la oposición. El otro, quiere recuperar la Generalitat. Y Pedro Sánchez necesita a los dos.