RUBÉN AMÓN-EL CONFIDENCIAL

  • El antisanchismo convierte a la presidenta de la CAM en la mayor antagonista del líder socialista, pero a un precio desorbitado: crisis política, sanitaria, institucional, económica y jurídica
El liderazgo de la oposición a Sánchez ha sido itinerante y provisional hasta que lo ha ocupado Isabel Díaz Ayuso. Le ha beneficiado la precariedad de los antagonistas convencionales —Casado, Abascal, Torra—, como también lo ha hecho el territorio de poder que representa Madrid. La propia presidenta convirtió la comunidad que gobierna en el eje nuclear de España. Y se convirtió a sí misma en representación de los madrileños, exactamente como Puigdemont y sus títeres creen representar a los catalanes.

El principal recurso de Ayuso, por tanto, consiste en el antisanchismo. Nadie mejor que ella ha conseguido oponerse al líder socialista ni escenificar la resistencia. La estrategia le conviene política y electoralmente porque excita la polarización y porque se relame en el desafío absoluto a Sánchez, pero implica unas consecuencias devastadoras. Los madrileños que ella dice representar son la munición de una aberrante crisis sanitaria que la propia Ayuso ha conducido al espacio político, institucional, económico y jurídico.

Ayuso ha suplantado a Casado, ha abierto una crisis con Cs y ha decidido que el ‘pueblo de Madrid’ debe amotinarse a sus órdenes

Cualquier medio le ha valido para consolidarse como la gran opositora. Ayuso ha suplantado a Casado, ha abierto una profunda crisis con Ciudadanos, ha provocado la incuria de los barones regionales y ha decidido que el ‘pueblo de Madrid’ debe amotinarse a sus órdenes, perseverando en esta idea tan populista y providencialista de la identificación. “Madrid es España y Madrid soy yo”, podría haber proclamado nuestra generala.

Es la perspectiva que le permite subordinar la emergencia sanitaria y resistirse a gripar el motor de la economía nacional. El antisanchismo desquicia la razón y la lógica, pero estimula las emociones y los sentimientos, aunque sorprende al mismo tiempo la naturalidad con que Ayuso es capaz de inocular un criterio y el contrario. Igual que hace unos meses reprochaba a Sánchez la pasividad y la inacción —llegando a plantear que el presidente del Gobierno había diseñado un cerco capitalino—, resulta que ahora rechaza la intervención por considerarla invasiva y lesiva.

Ayuso se opone porque oponerse significa radicalizar un duelo político que aspira a comprometer la euforia de Sánchez. El patriarca del PSOE no ha conocido una verdadera oposición. Y se ha dedicado a estimular la rivalidad folclórica de Vox. Abascal no ha sido un enemigo. Ha sido un aliado perfecto, del mismo modo que Casado ha sido un ‘sparring’ ejemplar. Ni siquiera Iglesias altera lo suficiente el narcisismo de Pedro Sánchez.

La sorpresa de Ayuso desconcierta al PSOE y explica el cinismo con que el Gobierno central confunde a su antojo la necesidad de una intervención sanitaria con el oportunismo de una operación política. Asumido que Ayuso es la lideresa del PP y demostrado que Madrid es el centro del poder de los populares —la comunidad, la alcaldía—, Sánchez se recreó en una operación de acoso que tanto aspiraba a desacreditar a Ayuso y calentar la calles como a suscitar en Ciudadanos el ardid de la moción de censura. Se diría que Ignacio Aguado se excita con el sueño húmedo del cetro madrileño, del mismo modo que Sánchez llegó a sopesar la aplicación de un 155 en la fortaleza de Ayuso, mixtificando los argumentos políticos con los sanitarios.

La coreografía de Sánchez y Ayuso es obscena y desquiciada, más cuando el antagonismo de ambos repercute en la salud y economía de los madrileños

Estos últimos, los sanitarios, han terminado prevaleciendo. Y se han amparado en unos criterios técnicos y generales a los que Ayuso ha opuesto… los tribunales de Justicia, sin miedo a proporcionar a sus gobernados un escenario de incertidumbre, congoja e incredulidad.

La coreografía de Sánchez y Ayuso es obscena y desquiciada, más todavía cuando el premeditado y temerario antagonismo de ambos repercute en la salud y la economía de los madrileños. No es que se haya perdido tiempo en una lucha contrarreloj. Se ha derrochado con resultados letales.

Nótese la perversión del juego. Ayuso y Sánchez primero se restregaron la responsabilidad de los muertos y de la negligencia. Ahora, en cambio, quieren atribuirse los méritos de la gestión y las medallas que reconocen la mejor estrategia de salida. Estremece pensar hasta dónde ha llegado Sánchez desde que inició su proceso de rebeldía al viejo PSOE. Estremece pensar hasta dónde puede llegar Díaz Ayuso por el camino de la iluminación.