MANUEL MARÍN – ABC – 31/05/15
· Riesgos Susana Díaz se rebela contra una política de alianzas que ve suicida para los socialistas.
Pablo Iglesias ha conseguido su doble propósito. Al de una movilización indignada de muchos cientos de miles de ciudadanos en las urnas para condicionar mayorías, une la desestabilización del PSOE. Lo ha situado en la compleja tesitura de reencontrarse con los viejos fantasmas de sus dos almas, la moderada y la radical. Pedro Sánchez y su dirección han obtenido el peor resultado del socialismo desde 1979 y han decidido entregarse a Podemos para acaparar cuotas de poder en autonomías y ayuntamientos al precio que sea necesario. Es legítimo y, probablemente, sea su única opción para reafirmar su liderazgo ante las generales.
Sánchez no quiere rivales en las primarias socialistas de julio, aunque haya quien esté maquinando alternativas en la sombra, disconforme con la deriva que impide al PSOE remontar en las urnas pese al profundo desgaste del PP. Asumen que algo se está haciendo mal, pero hoy Sánchez prefiere dar un salto el vacío y arriesgar la pérdida de un sector relevante y templado de su electorado a cambio de tomar bastones de mando, dibujando un cordón sanitario contra la derecha que no dio buenos resultados en las dos legislaturas en que Zapatero lo intentó. No en vano, su operación se saldó otorgando al PP un grado de mayorías absolutas que nunca había obtenido antes en las autonómicas y municipales de 2011, y posteriormente en las generales.
Lo que han arrojado las urnas no es solo un severo castigo al PP, sino una fragmentación inédita en el poder y la representatividad de la izquierda cuya gestión, basada en algunos casos en alianzas contra natura y agresivas contra el sistema democrático, planteará muchos interrogantes e inseguridad. A su vez, los resultados abren la incógnita de qué partido liderará la izquierda a medio plazo en España. Dirigentes del PSOE que opinan que Podemos ha alcanzado su techo electoral y que el reparto de escaños mediante la Ley D´Hondt en las generales beneficiará a los socialistas, hablan no obstante de «preocupación preventiva». Por si fallan sus cálculos y porque el porcentaje de voto obtenido –en muchos lugares no alcanzó el 20%- es raquítico.
Iglesias no ha diseñado Podemos para convivir con el PSOE. Es solo el inicio de su itinerario para fagocitarlo, aunque a día de hoy se plantee a ojos de muchos como un objetivo utópico. Ya surgen voces entre los socialistas que alertan de ello y de las consecuencias de simular una falsa euforia ante un fracaso electoral palmario. Pero lo determinante será comprobar qué peso real tendrán los críticos en ese debate frente a la facilidad con que la izquierda más radicalizada maneja la idea de constituir un frente popular para explusar a la derecha de las instituciones. Ahora y tras las elecciones legislativas de otoño. Es lo que ya atisban sin complejo ninguno dirigentes socialistas como Patxi López.
Susana Díaz es la primera en rechazar la estrategia de Pedro Sánchez, consciente de que ser rehén de Podemos puede abocarla a la pérdida del control onmímodo en el bastión más relevante del socialismo en España. Hay dirigentes del PSOE que no ocultan en privado su preferencia por alcanzar acuerdos de supervivencia con el PP – con Ciudadanos no hay mayoría suficiente– mediante un intercambio de abstenciones allá donde haga falta. Pero con Sánchez en Ferraz esa idea nunca prosperará.
En Ferraz se asume que es mucho más fuerte la pulsión de poder basada en una apuesta arriesgada. Ante las elecciones generales, ¿será el PSOE quien desgaste el extremismo de Podemos alegando que Iglesias es quien se ha moderado subordinándose a la «casta»? ¿O será Podemos quien absorba al votante más radical de la izquierda socialista y, a su vez, rompa al PSOE en bloques para que su simpatizante más moderado emigre a Ciudadanos? La fuerza de Podemos no radicará tanto en la suma propia de adeptos como en ser capaz de fracturar la socialdemocracia clásica.
La negociación de investiduras en el extraño conglomerado que la izquierda ofrece desde el 24-M es una mera excusa dialéctica. No hay programas de gobierno que pactar porque se negocia solo el relevo en las instituciones con la frialdad matemática del intercambio y la ambición. Pero Díaz se ha rebelado exigiendo independencia contra una política de alianzas que percibe como suicida para el PSOE. Fernández Vara aceptará una probable abstención del PP en Extremadura y orientará su gestión a debilitar a Podemos para no arriesgar escaños en las generales.
La convivencia pragmática con Pablo Iglesias puede ser más entendida en comunidades como Madrid o Valencia, pero en Extremadura y Andalucía sus dirigentes recelan. Por ejemplo, la imagen de entreguismo que ofrece García Page en Castilla-La Mancha causa estupor en la «vieja guardia», pese a que algunos de ellos son los muñidores de la táctica para depender de Pablo Iglesias. En su día, Felipe González se mostró partidario de acuerdos entre PSOE y PP. Luego diluyó la idea, pero permanece como algo etéreo rondando en la atmósfera de los dos partidos.
Ambos partidos aún desconocen cómo combatir el empuje de Podemos y Ciudadanos y se refugian en que España no está preparada para una «gran coalición». La experiencia bajo el mandato de Patxi López en el País Vasco no resultó satisfactoria. El PP rompió el acuerdo de gobierno meses antes de las elecciones y el PNV recuperó fácilmente el poder. El diseño de la operación para el desalojo de una derecha inmersa en reproches internos y víctima de sus propios errores está en marcha. La fase siguiente, la del monopolio del liderazgo de la izquierda a manos de PSOE o de Podemos, es imprevisible y arriesgada para Pedro Sánchez. Como el PP, el PSOE tiene su propio laberinto.
MANUEL MARÍN – ABC – 31/05/15