ABC-IGNACIO CAMACHO
Hay riesgo de que los andaluces no noten pronto el cambio. La esperanza es un capital político que se gasta muy rápido
MES y medio después de su puesta en marcha, el nuevo Gobierno andaluz continúa frente al reto decisivo de demostrar que ya no siguen mandando los mismos. El PSOE ha gobernado tanto tiempo que se ha fundido con la autonomía al punto de generar un espejismo en el que se refleja, con notable desconcierto, el flamante bipartito, cuyos miembros empiezan a considerar un éxito el hecho de pasar inadvertidos. Quizá esperaban una oposición fiera y sin respiro, una inmediata toma de las calles por nubes de chalecos amarillos, y se han encontrado con que no pasa nada porque el susanismo tiene una derrota que digerir y Podemos anda sumido en sus pleitos intestinos. Así, tal parece que el nuevo panorama no se lo acabasen de creer ni los vencedores ni los vencidos, y tras la manoseada «historicidad» del relevo la vida política de Andalucía se ha instalado en un limbo que por su propia naturaleza no puede ser otra cosa que ficticio. El Gabinete de Juanma Moreno se arrepentirá de este tiempo perdido en el que está desperdiciando la ocasión de imponer un tono distinto y de marcar su propio ritmo. Al poder hay que llegar aprendido para marcar las pautas con determinación desde el principio. Y lo que los ciudadanos están viendo es un equipo titubeante y tímido, que ha tenido que mantener a muchos directivos anteriores por falta de banquillo y que amaga con reducir su programa de regeneración a un vago conformismo adaptativo.
Ayer, la Junta y el Parlamento conmemoraron el Día de Andalucía sin ofrecer nada nuevo. Más allá del cambio de presidente, el ambiente era idéntico al de otros 28 de febrero, una fecha cuya trascendencia simbólica –la de una sociedad en demanda de autogobierno– se diluyó bajo la hegemonía socialista en una autocomplaciente ceremonia de medalleo con ciertos tintes folclóricos de miarmismo rociero. No es, sin embargo, en el protocolo donde se espera un replanteamiento, sino en la energía con que las instituciones expresan su voluntad de progreso. Hasta ahora no se nota casi nada parecido a esto. Además de la renovación imprescindible de cuadros intermedios, faltan decisiones, falta impulso estratégico, falta autoconfianza y falta concreción en los proyectos. En seis semanas apenas se ha aprobado una brumosa bajada de impuestos mientras uno de los nuevos consejeros confesaba en un rapto de sinceridad la imposibilidad material de crear los prometidos 600.000 empleos. Y el ciclo electoral va a dejar en suspenso cualquier compromiso que entrañe miedo a una situación de conflicto o de riesgo.
Pero el riesgo real es el de que los andaluces no noten pronto el cambio. Porque ése es un capital político que se gasta muy rápido, porque lo peor que le puede ocurrir al PP y a Ciudadanos es que la gente acabe aceptando que los resortes del mando continúan intactos y porque no hay mayor fracaso que una esperanza convertida en chasco.