Ignacio Marco-Gardoqui-El Correo
Los datos que proporciona la Central de Balances de las empresas no financieras del Banco de España no son fáciles de leer. Vamos a intentarlo. En primer lugar nos dice que los salarios crecen un 5,9%, una cifra respetable que supera a la inflación registrada en este trimestre (el 5%), es más de dos veces y media superior a la subida registrada en el año 2022 y mejora la recomendación del pacto de convenios alcanzado entre patronal y sindicatos, que se sitúa en el 4%.
¿Quiere eso decir que las empresas están trasladando los beneficios que obtienen a los salarios que pagan? No es tan claro. Las empresas han mejorado mucho sus resultados antes de impuestos, hasta el 70% y, en concreto, las empresas energéticas los han aumentado en un 140,8%. Entonces, ¿quiere decir lo contrario? Sigue sin ser claro. El pasado lunes, el consejero delegado de Repsol, Josu Jon Imaz, que defendía la injusticia y la inconveniencia del nuevo impuesto que les grava, recordaba que los resultados están siendo muy buenos, pero que si hacemos la cuenta conjunta de los años transcurridos desde que se inició la pandemia la suma total de los beneficios obtenidos, con las pérdidas registradas desde entonces muestra aún signo negativo.
Hay más. Las ventas en el primer trimestre han estado estancadas, es decir no han crecido o lo han hecho en tan solo un 0,7%, mientras que los gastos de personal (suma de los aumentos salariales y los crecimientos de plantilla han subido un 8,3%. ¿Cómo se explica esa mejora de la rentabilidad? ¿cómo es posible que sea tan grande con unas ventas tan paradas? Pues sin duda porque los costes energéticos han caído en picado. Es decir, más que enfatizar el aumento de los beneficios deberíamos hablar de una reducción ‘exógena’ de costes, que no es fruto del incremento de la productividad interna sino de la presión de signo contrario de los mismos agentes externos que causaron el destrozo del año anterior.
Ahora recuerden que, mientras los salarios de 2023 suben más que la inflación de 2023, la capacidad de compra de los ciudadanos baja y arrastra a cosas como el volumen del consumo familiar, la petición de hipotecas, etc. ¿Cómo es posible? Pues aquí el culpable es más fácil de identificar. Se trata de la inflación que arrastramos de los años anteriores –en especial de 2022–, que ha arrasado todos los bolsillos y reducido todos los ahorros.
¿Receta para no perderse en todo este lío? La de siempre. A la hora de fijar aumentos salariales y recuperación de beneficios es mejor y más sostenible apoyarse en la productividad que en los precios.