Carlos Alsina la ha bautizado como ‘ley Begoña’ y no me cabe ninguna duda de que el nombre cuajará. Porque lo que ha hecho hoy en el Congreso de los Diputados Pedro Sánchez es darle una nueva patada adelante a su plan para el control de los medios de comunicación, el sueño húmedo de todo gobernante no especialmente comprometido con la democracia, para que la amenaza (y no la concreción de esa amenaza) penda sobre todo aquel que se atreva a publicar una noticia más sobre los indicios de corrupción que acechan a su mujer Begoña Gómez.
Como esa Ursula von der Leyen que se arrancó a revisar las leyes europeas de protección al lobo sólo cuando uno de ellos se comió a su poni Dolly, una de esas muestras de mariantonietismo a las que tan acostumbrados nos tiene la aristocracia burocrática de Bruselas, Sánchez ha decidido levantar una valla electrificada alrededor de su esposa (y de su hermano) sólo cuando los medios han empezado a investigar unas actividades que en cualquier otro país democrático ya habrían hecho caer a su Gobierno.
Ahora le han entrado las urgencias al presidente. Justo ahora. Ahora descubre el mayor productor de bulos de la historia de la democracia española, el ‘bulócrata’ como lo han bautizado algunos periodistas, que entre la prensa hay de todo: medios serios, medios menos serios, medios charcuteros y soplagaitas con síndrome de attention seeking whore. Sus socios catalanes se reunían con emisarios de Vladímir Putin a 24 horas de una declaración de independencia, es decir de un golpe de Estado, pero a él le preocupan los bulos de los tabloides españoles, no los del Kremlin. Vaya por Dios.
Hoy mismo el diario británico The Times se hacía eco de la noticia de que un empresario español (Barrabés) ingresó 23 millones de euros en contratos del Gobierno después de reunirse ocho veces con la mujer del presidente. Cabe preguntarse si The Times también es un tabloide, un seudomedio o uno de esos que tiran de clickbait, pero «carecen de lectores». Una de esas contradicciones dialécticas tan habituales en los discursos incoherentes y escasamente trabajados de Sánchez.
Sánchez, en efecto, debería dedicarle un poco más de tiempo a la preparación de sus discursos. Porque existe una desproporción evidente entre la magnitud de la involución democrática que suponen sus amenazas y la calidad de sus argumentos, desfallecidos hasta la anorexia.
Mi sospecha es que Sánchez no pretende en realidad aprobar ningún plan de control de medios, aunque sólo sea porque el autoritarismo no está bien visto en la UE. Sólo dejar que la amenaza flote sobre las cabezas de los responsables de esos medios y ocupar el espacio autoritario que hoy ocupan formaciones como ERC, Sumar, Podemos o EH Bildu. Aparentemente, hay muchos ciudadanos que aspiran a una democracia sin libertad de prensa y de expresión, y Sánchez pretende seducir a ese nicho de votantes déspotas.
Pero lo que sí ha hecho Sánchez es prometer cien millones de euros en «digitalitación» para los medios. Cabe preguntarse qué tienen que ver esos cien millones en «digitalización» con la amenaza democrática que suponen los «bulos de los seudomedios», pero la respuesta es obvia. «Si entierras las noticias sobre Begoña y mi hermano te daré un parte del botín». Lo peor de esos cien millones no es el tufo a prevaricación que desprenden, sino su chabacanería. Sólo un nuevo rico suelta cien millones para que su mujer salga guapa en las portadas.
Claro que él lo hace con el dinero de los españoles. Ni siquiera pone piel en el empeño.
La intervención de Sánchez ha sido grotesca. Una sarta de clichés y de seudobulos (el del secuestro del libro Fariña ha sido de aurora boreal) que pretendía sostener el argumento de que el control de los medios de comunicación es necesario para garantizar la libertad de los medios. Aparentemente, el Gobierno va a elaborar un plan de asfixia de los medios críticos porque Feijóo estuvo en el yate de Marcial Dorado, o algo así. ¿Cómo contestar seriamente a una chatarra intelectual como esa?
Olvida Sánchez además que ese reglamento europeo en el que se ampara para su plan de censura ha sido diseñado para proteger a los ciudadanos de gobernantes como él, no para proteger a los gobernantes como él de los ciudadanos.
De los ciudadanos, y de la prensa, y de los jueces. Y de cualquiera, en fin, que se interponga en su camino.
A Sánchez no le gusta nada de todo eso. Si pudiera, gobernaría en una España sin molestos ciudadanos, prensa metomentodo y jueces obstinados en hacer cumplir las leyes, como si todos los ciudadanos fuéramos iguales ante la ley.
Él busca una España yerma, donde el único sonido que se oiga desde su despacho en la Moncloa sea la de esos niños que este martes, durante la recepción de la Selección Española de Fútbol, le cantaban muy espontáneamente, a la norcoreana manera, «presidente, presidente».
Esto se me pasó ayer:
Los niños que llevaron a recibir a la selección corean ‘presidente, presidente’ cuando sale Pedro Sánchez.
Nivel Corea del Norte. 🤦🏻♂️
pic.twitter.com/LoMy27ATv0— Pedro Otamendi (@PedroOtamendi) July 16, 2024
Por supuesto, ya les avanza este periodista, y evidentemente sólo hablo por mí, que ninguna ley, ningún plan de control de medios, ninguna regulación deontológica, ningún comité de mantenidos de la prensa sanchista va a conseguir que me calle algo que empieza a ser más y más evidente cada día: el aroma a conflicto de intereses, políticos y de los otros, que desprende la Moncloa. Y me estoy conteniendo.
Ni transparencia, ni pluralidad, ni audiencias, ni bulos, ni desinformación, ni fango, ni pluralidad, ni ninguna de esas pamemas.
Lisa y llanamente: el presidente de un país que vio ayer como un Tribunal Constitucional controlado por siete apoderados del PSOE anulaba las condenas de los corruptos del PSOE en el mayor caso de corrupción de la historia de la democracia está radicalmente desautorizado para hablar de regeneración democrática.