LIBERTAD DIGITAL 15/11/14
JESÚS LAÍNZ
A los dirigentes de Podemos se les acusa de demagogos. Si, según los diccionarios, la demagogia consiste en el empleo de halagos, falsas promesas difíciles de cumplir y otros procedimientos similares para convencer al pueblo y convertirlo en instrumento de la propia ambición política, es probable que Podemos entre en la categoría de partido demagógico. Pero todavía está por demostrar, pues de momento no han tenido responsabilidades de gobierno. En cambio, quienes llevan décadas ejerciendo la demagogia sin freno son el PP y el PSOE. ¿Repasamos sus trayectorias y hacemos una lista de los halagos, las falsas promesas imposibles de cumplir, las promesas cumplibles pero incumplidas y la utilización de los votos para encumbrarse a posiciones desde las que prevaricar, abusar y robar?
Si los locuaces dirigentes de Podemos están siendo hábiles en denunciar la extendida corrupción de nuestro sistema político, desde la familia real hasta el último concejal, no son ellos los culpables de dicha corrupción. ¿Que la denuncia de la corrupción no es patrimonio exclusivo de Podemos? Cierto. ¿Que otros partidos de reciente aparición están igualmente legitimados para denunciarla? Cierto. ¿Que también en los viejos partidos hay gente honrada y se está combatiendo la corrupción desde dentro? Cierto, aunque un poco tarde. Ahora toca bajar de los despachos de caoba a chapotear entre el pueblo si se pretende seguir recogiendo sus votos.
Por otro lado, los dirigentes de Podemos, sabedores de que el filón de la anticorrupción es mucho más abundante que el de los votantes comunistas con quienes comparten ideología, están intentando camuflarla para no limitarse a los votos de izquierdas y aprovechar la creciente indignación contra los partidos establecidos. Para ello Pablo Iglesias insiste en que su partido es transversal –equívoco concepto tan de moda en esta época de pensamiento blando– y recuerda que cada día son más las personas de derechas que le dicen que piensan votarle. Pero, a pesar de esta astuta estrategia dirigida a abrir lo más posible el abanico de votantes, de lo que no cabe duda es de la naturaleza sólidamente izquierdista del proyecto de Podemos. Es más, seamos sinceros: Podemos es eso que muchos izquierdistas siempre habían querido ser pero nunca se atrevieron a confesar. Recuérdese, por ejemplo, a una Beatriz Talegón, alta dirigente de las Juventudes Socialistas, denunciando hace un par de años que los socialistas no pueden «promover la revolución desde un hotel de cinco estrellas llegando en coches de lujo».
Además, el viento sopla a favor de Podemos porque hoy todo es izquierda, sobre todo en España, gobernada desde hace cuarenta años por dos subtipos de la socialdemocracia. El que se dice expresamente de izquierdas se dedica a avanzar en su proyecto de ingeniería social y el que ni siquiera se atreve a llamarse de derechas se limita a conservar lo establecido por el primero, al que ha regalado la presunción de superioridad intelectual y moral. El del aborto es el ejemplo más reciente.
Pero el fenómeno es general en Occidente desde hace medio siglo. Y no proviene exclusivamente del ámbito de la política, pues en ello han influido otros muchos factores: por ejemplo la música pop, esa insuperable fuente de ideología. Uno de los textos clásicos es el celebérrimo «Imagine», ese insuperado himno progre que prevé un mundo paradisíaco para cuando consiga librarse de la religión, las naciones y la propiedad privada. Interesante consejo del multimillonario Lennon.
Aunque el grueso de la riada de canciones aparentemente transgresoras pero en realidad conformadoras del pensamiento dominante ha llegado desde ambas orillas del océano anglosajón, las aportaciones en lengua española no han sido pocas: por ejemplo, aquella muralla de Quilapayún que había que cerrar al sable del coronel, aquella querida presencia del comandante Che Guevara, el Cristo obrero y guerrillero de Carlos Mejía Godoy o, entre otros mil, el Joaquín Sabina de aquellos delincuentes, drogadictos y proxenetas nombrados caballeros mientras que la función de la policía consiste en proteger los chalés de los millonarios.
Junto a la música, la cultura popular de nuestra época se ha construido, sin oposición digna de mención, mediante cómics como los de Martínez el Facha e Historias de la puta mili o películas como las de Torrente, infecto personaje que encarna, ¡qué casualidad!, todas las taras morales e ideológicas atribuidas a una derecha odiosamente caricaturizada. Y, ¡otra casualidad!, lo mismo puede decirse de Mauricio, el repugnante camarero de la serie Aída.
Mención especial merece La Bola de Cristal, programa infantil de la televisión felipegonzalista dirigido por la comunista Lolo Rico que instiló delicadamente en las cabecitas infantiles de su época ideas tan inocentes como la frase insignia de la bruja Avería: «¡Viva el mal, viva el capital». Uno de sus guionistas, Santiago Alba, declaró posteriormente que su propósito había sido «contar Marx a los niños» mediante una serie de «fábulas de marxismo satírico para niños».
Todo este sutil lavado de cerebro no podía dejar de dar sus frutos, pues lo ha impregnado todo y ha creado el sustrato ideológico universal e intocable del mundo actual. A nadie debería extrañar, por lo tanto, que hoy, llegadas por fin las circunstancias adecuadas, de aquellas semillas hayan nacido altísimos tallos que, como en el cuento de las habichuelas mágicas, permitan a la generación Podemos asaltar el cielo.