Las entrevistas a Zapatero constituyen en sí mismas un género periodístico, y la que nos ocupa hoy es muy notable por su aparente contención. Califica a Aznar de «gran presidente» junto a González, aunque en algún momento se le escapa algo de inquina por los pliegues de la tolerancia.
EL MUNDO concluía ayer su chequeo a los protagonistas de 30 años de Democracia con la entrevista de Esther Esteban al presidente del Gobierno. Las entrevistas a Zapatero constituyen en sí mismas un género periodístico y la que nos ocupa hoy es muy notable por su aparente contención. Califica a Aznar de «gran presidente» junto a González, aunque en algún momento se le escapa algo de inquina por los pliegues de la tolerancia: «Incluso hasta con Aznar estoy dispuesto a ser generoso». El opina que «la derecha española no tiene nada que ver con el franquismo», pero para negociar con ella la Justicia nombró ministro a Mariano Fernández Bermejo. «Hemos luchado contra las padres y ahora tenemos que luchar contra los hijos», proclamó en un congreso de la Unión Progresista de Fiscales el hijo del alcalde franquista y jefe local del Movimiento de Arenas de San Pedro.
¿Mentira? Se trata de algo más complejo, que el politólogo Harry G. Frankfurt bautizó como bullshit y que aquí tradujimos prudentemente por charlatanería. El hecho de que Zapatero contradiga con sus palabras afirmaciones previas suyas o niegue abiertamente los hechos son sólo muestras de su relativismo epistemológico. Tras una legislatura responsabilizando a la oposición «antipatriota» hasta por anunciar la crisis que habita entre nosotros, afirma lo siguiente: «Siempre he tenido claro que el poder está fundamentalmente para ser criticado. ¿Quién va a recibir las críticas en democracia? Pues quien lleva el maillot amarillo». Lo que importa es el maillot, pero en las pruebas ciclistas, al de amarillo se le aplaude, no se le critica.
El está en todas las posiciones al mismo tiempo y tiene razón en todas ellas. Es como algunos desnudos de Picasso que muestran en un solo plano la cara y la espalda, las tetas y el culo.
Eso no le impide sorprenderse de que «una de las cosas que caracterizan a Aznar es que nunca le he oído decir que se arrepienta de algo». El, por ejemplo, no pronuncia la palabra crisis en toda la entrevista y sostiene que no se equivocó al iniciar el proceso de paz, «un deber, pero no como un logro personal, sino como un logro colectivo».
Veamos. La noticia de la predisposición socialista a un proceso negociador con ETA apareció en todos los periódicos el sábado 14 de mayo de 2005. El martes 17 se aprobó en el Congreso con los votos del Partido Popular en contra. La versión canónica del pleno subrayó «la soledad del PP». No parece que pusieran los socialistas mucho empeño en el logro colectivo. Tres días con un fin de semana de por medio.
Es de universal conocimiento que el presidente del PSE había comenzado a dialogar con Otegi en 2002, en contra del espíritu y la letra del Pacto Antiterrorista, poco más de un año después de su firma. Tres años después, en 2005, Zapatero negaba contactos con Batasuna con esta rotundidad: «En absoluto. El Partido Socialista no ha mantenido ninguna relación con personas que puedan representar a la extinta Batasuna. No ha habido ni hay relación alguna, ningún diálogo (El País, 24 de abril de 2005)».
Sin embargo, mientras todo esto pasaba, el partido del Gobierno acusaba al PP de vulnerar el Pacto Antiterrorista, cuya esencia, al parecer, consistía en que la oposición no debía criticar al Gobierno. Semejante habilidad en el uso del agit-prop sólo tiene un precedente en los austríacos, en opinión de Billy Wilder: «Mis paisanos han conseguido el malabarismo de convencer al mundo entero de que Beethoven era austríaco y que Hitler era alemán».
El maillot amarillo es lo que importa. «La cuestión está en saber», declaró Humpty Dumpty, «quién manda aquí». Eso es todo.
Santiago González, EL MUNDO, 1/9/2008